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EL MAESTRO LIENDRE

El verano rebajado

Los pobres pasan más calor. Así que este año habrá más gente que se agobie. El Levante (el único puntual, el que nunca se da de baja en Cádiz) trajo ayer el primer bofetón de calor. El verano es incapaz de perdonar. Ni de la crisis se apiada. Eso sí, la mezcla de crujida económica y temporada estival tiene sus encantos. Por ejemplo, las rebajas llegan antes y con más fuerza. Los viajes son más baratos que nunca en este siglo. Esto de las recesiones tiene la ventaja de mostrarnos el precio real de las cosas y no el que nos ponían delante. Cuando se contempla lo que cuesta una camisa o un viaje en plena crisis, resulta inevitable pensar ¿Por qué me cobraban el triple el pasado año, si yo ganaba lo mismo y el producto era idéntico? ¿Por qué pagué 100 euros más por eso si todavía le sacan beneficio vendiéndolo por 40? Nadie pierde dinero voluntariamente y tenemos derecho a pensar que, con muchos productos, durante mucho tiempo, nos han tangado por sistema durante el último lustro. No será cierto en todos los casos, pero es imposible que esa sensación sea errónea en el 100% de todo lo que ahora vemos rebajado.

JOSÉ LANDI
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Los periódicos incluyen estancias en hoteles de cuatro estrellas de la costa española por 55 euros al día y la radio anuncia una semana en el Caribe, todo incluido, por 580. Al margen de las ganas que cada cual tenga de acabar en tales destinos, haga las cuentas. Calcule lo que le cuesta, al día o a la semana, su hipoteca, comer, la luz, el transporte saque la cifra y verá que cada jornada de vida sale más barata en esos sitios en los que, además, a uno le hacen la cama, le preparan el papeo y le dan masajes. A ese absurdo hemos llegado. Lástima que mientras se está en la costa mediterránea o en la caribeña, además del viaje, hay que seguir pagando lo que se deja aquí: la hipoteca, la luz, el teléfono si no fuera por eso, calculadora en mano, tal y como está la cosa, era para quedarse allí.

Pero en esta tierra son más los que vienen que los que van. Cádiz, como destino turístico, tiene la oportunidad de medirse, por primera vez en muchos años, a un verano en el que puede que no sobren turistas, ni el lleno sea tan gordo, ni las consumiciones tan extensas. Que nadie espere ver terrazas, restaurantes ni hoteles vacíos, que todos tenemos prioridades, pero igual ha llegado el momento de que dos o más establecimientos tengan que competir por el mismo cliente y, de una vez, dejen de tratarlo como si tuviera inmediato respuesto, como si diera igual que nunca más volviera. Los camareros, cocineros, dependientes y conserjes pelotas o empalagosos irritan a muchos de los que nos consideramos consumidores medios, pero tampoco hay que irse al otro extremo, el de maltratar al que paga. A lo mejor este verano, en el que las vacas gordas se han hecho una liposucción, es un momento extraordinario para dejar de tirar el café el servirlo, negar el saludo al cliente que entra, servir frío, estafar al que carezca de acento andaluz, conformarse con dar lo de siempre, cerrar la tienda justo cuando pasean los cruceristas y dar al que entra, como frase de bienvenida, esa que dice: «Que cerramos en media hora, ennnnn». La provincia ha vivido un boom turístico casi contra su voluntad, por inercia, apoyado en un encanto natural que ni la dejadez estropea. El sector ha crecido de forma sustancial gracias a unos cuantos reductos de profesionalidad, calidad, encanto, inteligencia y buen servicio. Este año, con la que está cayendo, a lo mejor son más los que tienen que hacerlo mejor. Igual ya no basta con «esto es lo que hay», se ha derogado el «si no le gusta, me da igual. Va a venir otro cliente enseguida».

No sólo a la hostelería y el turismo pueden sentarle bien algunos aspectos de la crisis de las narices. A la oferta de ocio de Cádiz, tampoco le ha venido mal. La caída de ventas de música grabada sólo es comparable al auge que, por necesidad, vive la música en directo. Aún faltan esas grandes citas de calado internacional que ofrecen lugares con una población mucho menor, con un número de asistentes potenciales mucho más bajo. Pero resulta innegable y digno de celebrar que la oferta de conciertos y recitales se diversifica, se amplía y se refuerza. Aunque la motivación sea política, aunque se violen varias normativas de seguridad, aunque a un organizador privado jamás le permitirían organizarlo con tamañas irregularidades, aunque haya poco tiempo para adecentar, lo del Castillo de San Sebastián es una alegría, un enorme y tardío beneficio para residentes y visitantes. Un privilegio que debe llegar para quedarse. El lujoso cartel se suma a los de otros emplazamientos, cuya oferta se consolida y crece, desde Santa Catalina a los conciertos gratuitos en la playa. La pérdida del Pemán se supera con creces, imaginación, esfuerzo y algo de improvisación. En la calle, al menos, se notan muchas expectativas ante la oferta de los dos meses fuertes del verano. Y eso no es usual en Cádiz. Una pena que el calendario de exposiciones de Diputación y Junta, o algunas citas accesorias, sobre todo para público infantil, no vayan a estar a la altura.

Para terminar con la oferta cultural, un enigma: ¿Si el Gran Teatro Falla nunca se utilizó en verano por falta de climatización, por qué se usa esta vez para acoger el Festival Internacional de Folklore? ¿Será que no se está tan mal, que no hace tanto calor? ¿Será que era una excusa? ¿O nos da igual que a los participantes y espectadores de esa cita tan notable les dé un gran sofocón caluroso? O nos engañaban antes, o están siendo algo negligentes ahora.