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Editorial

Oposición económica

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a advertencia lanzada ayer por el coordinador económico del PP, Cristóbal Montoro, al señalar que la crisis económica ha devenido en una crisis política para el ejecutivo de Rodríguez Zapatero se hace eco tanto de la renuencia gubernamental a la hora de aceptar las malas noticias como de la soledad a la que el resto de fuerzas parlamentarias podrían condenar al PSOE y a su gobierno. La repentina y aguda desaceleración afecta de manera directa a la credibilidad del gobierno, que se ve obligado a administrar medidas puntuales difíciles de discutir, pero cuya eficacia real suscita más escepticismo que esperanza. De ahí que sea tentador para los demás grupos apurar su respectiva estrategia de oposición o el regateo de su eventual apoyo al Gobierno a sabiendas de que éste sufre una inevitable erosión cuyos efectos son tan impredecibles como el propio curso de la crisis. El Partido Popular está en su derecho y hasta en su obligación de criticar abiertamente la orientación o las carencias del Ejecutivo en tan compleja materia. Pero probablemente no podría acomodar su estrategia opositora en dicha cuestión sin sufrir también él las consecuencias de la desafección partidaria si la crisis y sus efectos se prolongan en el tiempo. Sencillamente porque la ciudadanía, que soportó durante la pasada legislatura una confrontación partidaria extrema, no se mostraría tan dispuesta a aguantar que las distintas formaciones opten por medir sus fuerzas a cuenta de las penurias y sinsabores de muchos. Ayer los dirigentes del PP presentaron una batería de propuestas basada en la reducción del gasto público, en diversas rebajas fiscales, la flexibilización del mercado de trabajo y la consolidación de la unidad de mercado entre otros criterios. Ideas cuya principal virtualidad no debería ser el adelanto del próximo programa electoral del PP, sino su conversión en propuestas a transaccionar con el Gobierno dentro y fuera de la tramitación de los presupuestos para 2009. Pero para ello es imprescindible que el ejecutivo de Rodríguez Zapatero deje de encelarse en la conducción económica del país desdeñando las aportaciones de los demás o, simplemente, rechazando su idoneidad con argumentos tan fuera de lugar como los empleados por la secretaria de política económica del PSOE al tachar de «ultraneoliberales» las propuestas del PP.