El listón de la educación
Los resultados de la selectividad vienen a ser como una radiografía del estado de las enseñanzas medias, porque se trata del momento en que se evalúa todo el aprendizaje adquirido hasta entonces. Según esta idea, los bachilleres gaditanos están de maravilla: han salido como unas rosas de su enseñanza obligatoria y el 91,94% ha aprobado, un porcentaje algo menor que el del año pasado, que fue del 92,54, pero igualmente apreciable. La mayoría -en 2007 fueron el 77,14%- la sacará en septiembre. Sin embargo, las dudas acerca de los criterios de corrección o la dureza del examen, la propia falta de fe oficial en la prueba, que para elcurso próximo se va a cambiar radicalmente, restan validez al diagnóstico optimista que pudiera desprenderse del dato oficial de aprobados. La estadística nunca mide la verdad.
Actualizado:Los profesores veteranos se quejan de cómo cada año adelgazan los temarios, bajan los objetivos, se simplifican las lecciones. Los niños cada vez tienen menos que subrayar y que retener. De este modo, puede que los resultados complazcan a la administración educativa y sean muy bonitos de presentar en público, pero no valen de nada si no se traducen en una verdadera capacitación de los estudiantes gaditanos, llamados a insertarse en un mundo cada vez más competitivo y amenazados por una tasa de paro que prevé subir aún más su triste y legendario récord.
Para obtener un buen cuadro de situación, en esta evaluación final de curso queda por saber cuántos de los que empezaron la enseñanza obligatoria han llegado a la selectividad y cuántos se han quedado por el camino. Falta conocer cuántos se han derivado hacia la formación profesional y qué resultados han obtenido, y también cómo se cuantifica, en este final del curso 2007-2008, el llamado «fracaso escolar» y qué respuesta se le da, desde la administración y desde los profesionales.
La publicación de estos datos, que me llegan cuando leo uno de los siete Libros que nunca he escrito, de George Steiner, que se titula Cuestiones educativas y es, como toda su obra, un reto para la inteligencia y una máquina de incitaciones, alumbra mi intuición persistente de que algo importante falta en nuestro «argumentario», de que estamos ante una de las cuestiones que más nos deben preocupar y que, sin embargo, menos se plantean cuando nos enzarzamos a hablar de modelo de futuro para Cádiz y la Bahía. Creo que, por ejemplo y sin ir más lejos, nadie habló de educación en el reciente debate sobre el estado de la ciudad. No de escolarización, de número de plazas, de si públicas o concertadas, del estado de los centros ni de a quién le corresponde mantenerlos, sino de hacer de lo educativo la cuestión crucial de las políticas públicas, pero de verdad, no sólo en los presupuestos. También, y a pesar de que suene aún más marciano, hablo de buscar la excelencia en el sistema educativo desde sus primeros niveles hasta los superiores, y de hacerlo sin pacatería. O al menos comenzar a pensar con ambición para conseguirlo en algún momento de nuestra ya milenaria historia. Porque ya tardamos, y ya nos vale. Leo a Steiner analizar si Edimburgo o Pisa son lo mejor en clásicas, si Harvard y la London School of Economics lo son en teoría política, sobre el esfuerzo francés por formar en filosofía a sus jóvenes, del desprecio inglés hacia la abstración, de la necesidad imperiosa de saber de números, de música, de arquitectura y biogenética y me parece que está refiriéndose a otro planeta.
Si miramos a nuestro alrededor, con humildad y honestidad, habremos de reconocer que cualquier parecido con esa realidad es pura coincidencia. No es sólo una cuestión de estética, esos chavales que prescinden de la camiseta para circular por la ciudad y que no se quitarán las chanclas hasta noviembre, con ser un indicativo; esos chicos que apenas masticarán la mitad de cada palabra que pronuncien, que no respetan una norma de tráfico y andan con las motos como kamikazes, que se divertirán cada noche en destrozar el mobiliario urbano, en quemar casapuertas, y vuelvo a mi libro: El estilo es el hombre, dice el escritor. «Más de una vez es la alta retórica lo que ha mantenido a raya el desastre».
El poder tiene que dar prioridad a la educación. El desastre, sí, nos acecha.
lgonzalez@lavozdigital.es