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El vengativo preso de Hwa-Hwa
El dirigente aprovechó una condena de diez años para reforzar su poder en la guerrilla contraria al régimen segregacionista
Actualizado: GuardarLa venganza se urde lenta y concienzudamente. Robert Mugabe dispuso de una década para elaborar una estrategia que le llevaría desde una celda hasta la presidencia, ahí donde quiere perpetuarse. Como Edmundo Dantés o el asesino barbero Sweeney Todd, saldó cuentas con aquellos que habían causado su desgracia. Pero mientras los personajes de la ficción tuvieron que adoptar una identidad falsa para lograrlo, él tan sólo hubo de perseverar en su control del poder. En 1975, cuando abandonó la prisión de Hwa-Hwa, ya se había transformando en un líder destinado a convertirse en el primer mandatario de un Estado recién creado, Zimbabue.
Aquel niño sabía sobreponerse a los reveses. En 1935, cuando tan sólo contaba once años, su padre, ebanista, los abandonó a él y su madre en Kutama, su localidad natal para buscar un empleo en la ciudad de Bulawayo. Quizás ese hecho sirvió para curtirlo. Solitario, aficionado a la lectura, ferviente católico, obtuvo el título de maestro al cumplir los diecisiete, tras estudiar en una misión jesuítica. Decidió proseguir sus estudios de Economía en la Universidad de Fort Hare, en Sudáfrica, una institución donde se fraguaba una revolución que convulsionaría buena parte del África subsahariana.
Este centro se zafó de la segregación oficializada y permitió, hasta los años sesenta, que un profesorado blanco impartiera clase a todo el mosaico de razas del dominio británico. Sus aulas acogieron a la élite de los jóvenes independentistas, llamados a dirigir las repúblicas que surgirían de la fragmentación colonial. Los alumnos se llamaban Nelson Mandela, Kenneth Kaunda o Julius Nyerere, y su iniciativa dio lugar a países como Zambia o Tanzania. Mugabe, otro de sus estudiantes aplicados, albergaba similares deseos de emancipación.
Tras su regreso a la capital, ejerció como docente en diversas escuelas hasta recalar en la lejana Ghana. Allí conoció a Sally Hayfron, su primera esposa, también profesora. A su regreso a Rhodesia, se afilió al ZAPU, un partido marxista creado por Joshua Nkomo y, más tarde, optó por adherirse al más revolucionario ZANU, escorado hacia el maoísmo.
Cursos de posgrado
El aplicado docente medró en la organización. Pero, cuando ya era uno de sus máximos dirigentes, la Policía le capturó y trasladó a la prisión de Hwa-Hwa, cerca de Salisbury, la capital. Condenado a diez años de reclusión, decidió emplear el tiempo en preparar posgrados en leyes e ingeniería, mientras su mujer permanecía en el exilio de Londres. Dicen que su corazón se endureció por las penalidades y malos tratos sufridos en aquella cárcel, que la amargura de perder a un hijo de tres años, víctima de la malaria, o la necesidad de implorar a las autoridades británicas que no deportaran a su esposa, lastraron su carácter para siempre.
En cualquier caso, pronto creció su autoridad moral sobre las fuerzas que combatían una proclamada república de criollos. Nacida en 1965, se basaba en la superioridad de los blancos. Ian Smith, su presidente, auguraba que ni en mil años, los nativos llegarían al poder, pero tan sólo doce años después, la presión internacional y el acoso militar lo llevaban, a regañadientes, ante una mesa de negociaciones donde se sentaban los aborígenes de piel oscura. Mientras tanto, Mugabe conseguía diversos diplomas académicos, acumulaba prestigio y se hacía con los resortes del poder en la distancia. Al ser liberado, abandonó el país clandestinamente. Junto a Edgar Tekere, otro compañero de prisión y partido, se exilió en Mozambique, donde un régimen comunista de Samora Machel alentaba las guerrillas de los países vecinos. La cúpula del ZANU, apresada, le concedió su apoyo unánime para hacerse con la presidencia. Ya entonces se rumoreaba que sus rivales morían en extraños accidentes automovilísticos y que los periodistas que cuestionaban sus métodos eran torturados, pero nadie pone en tela de juicio que ganó las primeras elecciones libres, quizás las únicas limpias en la breve historia de Zimbabue.
Años modélicos
Quienes la conocieron aseguran que su esposa, aclamada como 'Amai' o 'Madre de la Patria', ejercía un efecto apaciguador sobre el dirigente, siquiera antes de que enfermara y la traicionara con Grace, su secretaria. También se admite que los primeros años de gestión fueron modélicos con la universalización de la salud y la enseñanza, y el mantenimiento de la producción agrícola. Pero nadie rebate la realidad.
A principios de los años noventa, el tirano se impuso. La corrupción de la elite gubernamental, la represión sobre sus rivales y minorías étnicas, el saqueo de los granjeros blancos o la calamitosa gestión económica desmantelaron su leyenda de héroe de la liberación, él, que nunca empuñó un arma. Además, antes de robar por segunda vez la victoria a Tsvangirai ya había cometido otros fraudes.
Quizás la alegría sólo estalle cuando abandone definitivamente el escenario político de Zimbabue, el país que ha convertido en otra cárcel, más grande, pero tan opresiva y violenta como aquella de Hwa-Hwa, donde fraguó su destino.