¿Unidad demócrata?

Los estrategas de ambos senadores consideraron esto como un hallazgo porque, además, en la primaria de enero allí ambos candidatos obtuvieron exactamente el mismo número de votos, 107, y todo predisponía, pues, a exteriorizar la unidad demócrata frente al candidato republicano McCain.

Ya el jueves, a puerta cerrada y en un lujoso hotel de Washington, Obama se dirigió a unos doscientos ricos demócratas, muchos de ellos más favorables a la derrotada Hillary, y cumplió la parte del trato con ella cuando les pidió fondos para ayudarla a liquidar sus deudas (unos 22 millones de dólares de los que la mitad son créditos personales).

Obama y señora, Michelle, dieron ejemplo y el candidato extendió dos talones por el máximo permitido por la ley, 2.300 dólares por cabeza, para ese fin. Y, sin embargo, está costando ver en todo esto una auténtica comunidad de intereses: más bien es la aplicación de los acuerdos a que ambos llegaron en su encuentro secreto de Washington unos días antes de que, hace tres semanas, Hillary aceptara tirar la toalla.

Obama hace lo que debe y los sondeos van dándole la razón: recuperar al electorado más estrictamente clintoniano, en el que aún una quinta parte confiesa que votará a McCain antes que a él.

El buen trato a Hillary y la contribución de esta, y de su marido, quien dice, sin mucho énfasis, que hará lo que se le pida a favor de Obama, refuerzan una dimensión de unidad demócrata indispensable para el candidato.

Y, sin embargo, hay como una falta de convicción de fondo, una espina clavada, una decepción mal digerida. Hillary, que, con razón, se vería presidenta cuando empezaba la campaña, tardó un poco más de la cuenta en asumir la inesperada victoria de su adversario y las heridas están tardando en cicatrizar.