Yo no quiero los 400 euros
Yo no quiero los 400 euros que el Gobierno decidió regalar a los españoles en las vísperas electorales. Creo, como el vicepresidente para asuntos económicos, Pedro Solbes, que ese gracioso regalo no va a servir para animar el consumo ni contribuir a una mejora de la situación económica. Aun más, estoy convencido de que los 5.000 millones de euros que le va a costar a las arcas del Estado tanta generosidad, podrían haberse utilizado de una forma más justa, equitativa y práctica.
Actualizado:Yo no estoy de acuerdo con que se baje el precio de la energía eléctrica a nadie para que todos seamos conscientes de su coste e iniciemos un consumo más responsable. Me parece más lógico, e incluso más progresista, que con esos 5.000 millones de euros que se van a repartir se hubieran mejorado las pensiones y otros subsidios a aquellos colectivos a los que más puede afectar una subida de la electricidad.
Fue, sin duda, una medida electoral y como todo lo que se hace con el único objetivo de conseguir unos votos, su justificación y puesta en práctica ha sido un modelo de improvisación. Los continuos malos datos sobre la situación económica han puesto, además, en evidencia el sinsentido de aquella medida.
Entiendo que quien decide regalar 400 euros a todo contribuyente por el hecho de serlo se resista a reconocer, muy pocos meses después, que la situación económica se ha tornado crítica porque, si lo hace se habría ganado con toda justicia los calificativos de manirroto y dilapidador. Todos, pero especialmente los gobernantes, deben tratar de no ser esclavos de sus decisiones, aunque éstas sean presuntamente generosas.
Yo no quiero los 400 euros porque no comparto esa absurda carrera contra la fiscalidad basada en el mandamiento de que «el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente». Me parece bien un Estado que cubra, vía presupuestos, una serie de necesidades sociales básicas, aunque aborrezco por igual una mala gestión de la administración pública y un abuso del poder recaudatorio.
Me da más tranquilidad un Estado que tiene superávit en sus cuentas y desconfío de los que de forma extraordinaria crean o aumentan el gravamen de un impuesto para hacer frente a una coyuntura adversa. Los impuestos extraordinarios suelen permanecer vigentes durante décadas, mientras que los regalos fiscales son efímeros. No quiero que en el futuro me pidan 800 euros por estos 400 que, en cómodos plazos, me van a regalar.