Barack Obama bromea con Hillary Clinton durante el acto de campaña celebrado ayer en Unity, en el estado de New Hampshire. / AP
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Hillary se sube al carro de Obama

La ex candidata quiere convencer a sus seguidores para que no deserten del Partido Demócrata

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«Unity no es sólo un pueblo precioso sino un maravilloso sentimiento, ¿no os parece?». Era Hillary Clinton, fresca y sonriente, abrazada a Barack Obama para enterrar juntos el hacha de guerra. Su objetivo a partir de ahora es convencer a sus seguidores de que lo más importante es elegir a un presidente demócrata el próximo 4 de noviembre, y promete poner tanto empeño como dedicó a su propia campaña.

«El senador John McCain y los republicanos confiaban en que no nos uniríamos, pero tengo una noticia para ellos», clamó apasionadamente: «Somos un mismo partido, una sola familia, y no vamos a parar hasta que pongamos de vuelta este país al curso de la paz y la prosperidad».

Para el primer acto conjunto, ambos candidatos habían elegido un sitio muy peculiar, no sólo por la carga simbólica que tiene el nombre de este pueblo de New Hampshire, sino porque en él cada uno de los dos candidatos obtuvo exactamente 107 votos. Eso fue el pasado 3 de enero, cuando la batalla todavía no se había agriado y los demócratas decían sentirse satisfechos con cualquiera de los dos. Fue a partir de Pensilvania, en abril, cuando cada uno se convirtió en la bestia negra del otro, y surgieron las voces iracundas que juraban votar por McCain antes que por el rival demócrata.

«Me siento orgullosa de haber tenido un diálogo 'animado'», bromeó la ex primera dama ante las carcajadas del público. «Bueno, es la forma más amable de ponerlo que se me ocurrió, pero si fue 'animada' es porque a los dos nos importa mucho este país», añadió. Para los que quieren vengarse votando por McCain, «os urjo vehementemente a que lo reconsideréis», suplicó. «Al final, el presidente Bush y el senador McCain son como dos caras de la misma moneda y no valen mucho como cambio. Si te gusta el curso que lleva este país, vota por el senador McCain, porque definitivamente tendrás más de lo mismo», agregó. Ése es el mensaje que repicarán los demócratas de aquí a noviembre, aprovechando que el candidato republicano sucede en su partido a un presidente con los índices de popularidad más bajos que se hayan visto desde Nixon.

Si los dos líderes demócratas fingían ayer la química para convencer a sus seguidores, la actuación era de Oscar. Llegaron juntos en el avión, hora y cuarto sentados uno junto al otro. Sobre el escenario bromeaban, se interrumpían entre risas, se susurraban al oído y se abrazaban cariñosos. «Necesitamos a Bill y a Hillary Clinton, pero no sólo esta campaña sino este país, por su visión y su sabiduría», le reconocía Obama, que orquestó al público con un batuta imaginaria mientras coreaban espontáneamente «¿Hillary, Hillary!».

Ella aprovechó la aparición pública para recordar que habían ido «codo con codo hasta el final» pero que a partir de ahora irían «hombro con hombro» por el bien del país. «Lo que empezó aquí terminará en la escalinata del Capitolio cuando Barack Obama jure la presidencia», prometió. Y para lograrlo, pidió a sus seguidores que se unan a ella en trabajar por Obama «tan duro como lo habéis hecho por mí».

No eran sólo palabras. La noche antes, en un hotel de Washington, le había presentado a 300 de sus donantes más activos, los que habían recaudado al menos 100.000 dólares. A cambio, Obama le escribió un cheque por 2.300 dólares, el máximo legal permitido, junto con otro a nombre de su esposa, y luego urgió a sus donantes en un comunicado a que consiguieran «cinco o seis cheques» cada uno para ayudar a Clinton a pagar sus deudas.