Jerez

elogio de los bares pequeños. el mati de icovesa, por ejemplo

Yo he sostenido siempre que, en cuestiones de hostelería, Jerez paga mamones y malages con una dadivosidad y señorío que muy bien podría guardar para otros menesteres -ejemplos se nos vienen a todos a la memoria, y no es cuestión de hacer sangre-. Aquí la mala cara, el mirar por encima del hombro, hacerte esperar hasta para pagar, y tirarte los platos desde lejos parecen asignaturas obligadas para triunfar y, encima, secar la billetera del personal. Como Pemán ya lo dijo antes y mejor en sus famosos versos de la Feria de Jerez, por una vez no voy a ser yo el que quede como puñetero.

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Hoy traigo a estos veladores el ejemplo de lo contrario, que este pueblo da para todo; bares diminutos y milagrosos como la desaparecida Venencia de la calle Larga, donde aún no habías entrado y ya estaban pidiendo tu desayuno a aquella cocina diminuta en la que aprendió Jesucristo aquella triquiñuela de las bodas de quien fuera. !Por Dios! ¿De dónde salían tantas pavías de bacalao y tantísimos filetes con tomate? ¿Cómo es posible que de diez metros cuadrados salieran desayunos y aperitivos para todos los bancos y comercios de la calle Larga? ¿Qué me hablen a mi de los panes y los peces!

O el bar La Manzanilla, que como te descuides acabas tomandote el montadito de atún con el león de correos. O el Maypa, que aunque ya no es lo que fue,en un día de bulla tienes que andar con cuidado, no vaya a ser que la estatua de Lola te maraville la lata de mejillones que te pensabas maravillar tu solo.

O el difunto bar Pepín, que solo conozco de referencias por mi padre, y que al parecer tenía la peatonal Calle Algarve como la cola de taxis de Barajas, o el autoservicio de un mcpepín de gambas, almejas y Tio Pepe. O cuando Juanito estaba frente a la Cruz Blanca, y a la Calle Consistorio la llamaban la linea Maginot, por que si cruzabas de la cervecería al bar del padre de Faustino, te dejabas de batallitas y entrabas directamente en la guerra.

Pero en fin, vamos a dejarnos de cosas del abuelo Cebolleta, y vámonos a Icovesa a visitar al Mati. Si ustedes no han visto nunca trabajar al Mati, imaginense a Houdini o Tamarit rodeados de bandejas de cazón, chocos, pijotitas, huevas, presa ibérica, tomates y papas aliñadas; haciendo malabares con la freidora y la plancha; dando conversación a los clientes y controlando las cuentas sin coger un lápiz.

El Mati, Antonio González Jiménez para el censo, dejó atrás los encajes de bolillo cuando ustedes, nosotros, empezábamos a jugar a los bolindres. En los escasos 10 metros cuadrados de su reinado temporal de Icovesa el Mati multiplica sonrisas, bromas, simpatía, bandejas de frituras, ensaladas de clientes y salpicones de cuentas moderadas. Al autor de estas lineas y al fotógrafo Fidel París, que ya lo conocíamos, solo nos ha quedado corroborar la autoridad del mago.

rafabtoledano@hotmail.com