INTIMISTA. La escritora canadiense, en una imagen reciente. / AP
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Margaret Atwood, de Ítaca a Oviedo

La escritora canadiense gana el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2008

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En su libro Penélope y las doce criadas, Margaret Atwood reescribe la historia del regreso de Ulises a Ítaca, pero desde la perspectiva de la mujer que espera al héroe. Eso es lo que ha hecho ella misma a lo largo de su dilatada trayectoria literaria: buscar nuevos puntos de vista, tratar de penetrar en lo más profundo de los hechos y los personajes para proyectar una luz diferente, más sutil, más cargada de ironía y ternura. Atwood ganó ayer el Príncipe de Asturias de las Letras, imponiéndose en las últimas votaciones a Ian McEwan, Ismaíl Kadaré y -seguramente el gran derrotado- Juan Goytisolo.

El presidente del jurado, Víctor García de la Concha, que defendió sin tapujos la candidatura de Goytisolo, explicó que la escritora canadiense ha destacado por su «defensa de la dignidad de las mujeres», la «visión comprometida y crítica del mundo» y la «extraordinaria sensibilidad de su poesía». Una referencia, la de su trabajo como poeta, que no debe olvidarse en la trayectoria de esta escritora nacida en Ottawa en 1939, que ganó el prestigioso Booker Prize en 2000 y que desde hace años suena en las quinielas del Nobel. Porque aunque se trata de una escritora poco conocida por el público lector, su prestigio es indiscutible entre los críticos. Ayer, al conocer el fallo del jurado, aseguró sorprendida que la distinción es «muy importante» para ella y para la literatura canadiense.

Los orígenes y la peripecia biográfica de Atwood explican muchas de sus preocupaciones vitales. En las profesiones de sus padres, entomólogo y nutricionista, está sin duda el germen de su interés por el conflicto entre naturaleza y técnica. En su paso por el Victoria College de la Universidad de Toronto en los primeros sesenta se puede rastrear su defensa a ultranza de los derechos humanos (es miembro de Amnistía Internacional) y la causa de la mujer.

Desde sus inicios en la Universidad, Atwood supo que quería dedicarse a escribir y que la poesía ocuparía buena parte de su tiempo. El período vacacional, habría que decir, porque ella ha definido su trabajo como novelista como una tarea a largo plazo, que consume muchas de sus energías, tras la cual necesita el relajo, la satisfacción inmediata que le produce un hallazgo sonoro, una imagen afortunada o un sentimiento expresado en un verso. La poesía, al fin, como aire para respirar.

La mitología

Amante de la mitología clásica -que ha utilizado en no pocos de sus libros-, detallista, irónica y con un personal sentido del humor, la autora de El asesino ciego se define como «panteísta pesimista» y lo explica de forma gráfica: «Dios está en todas partes, pero se ha perdido». Es su forma de ver un mundo caótico, tras décadas de revoluciones, ideales consumados y traicionados y héroes que lo son a fuerza de plantear resistencia ante la injusticia.

Aunque en algunos momentos su literatura se ha vinculado al movimiento feminista, Atwood se niega a identificarse de esa forma. Eso sí, tiene una visión de la literatura muy femenina, porque considera que las escritoras se sumergen mejor en el cerebro de los personajes masculinos que al revés. Aunque también reconoce una cierta inferioridad de las autoras ante sus colegas varones, pero no porque sea fruto de una incapacidad genética, sino a consecuencia de su superioridad moral. «Los escritores, tanto los hombres como las mujeres, han de ser egoístas para tener tiempo de escribir, pero las mujeres no están entrenadas para ser egoístas».

Sí lo están para los detalles, y ahí está uno de los elementos más característicos de su literatura: la fuerza para recrear ambientes y escenarios, el perfil casi artesanal de sus personajes, a los que observa con mirada compasiva, tratando de buscar el ángulo que más les favorezca. Varias de sus novelas, como La mujer comestible, Alias Grace y El asesino ciego, han sido llevadas al cine o adaptadas al teatro, y El cuento de la criada se ha transformado en una ópera.

Hace dos años, presentó una máquina formada por dos ordenadores, uno de ellos con un brazo artificial, que permite al escritor firmar libros a distancia. Es como si Penélope marcara desde lejos la ruta para que Ulises, metáfora del lector, vuelva a casa. Su ruta, en cambio, termina en Oviedo.

Víctor García de la Concha preside el jurado del Príncipe de Asturias de las Letras desde hace años, pero no parece capaz de convencer al resto del tribunal. De hecho, en las últimas tres ediciones, ha reivindicado con escaso éxito que el galardón se entregue a un autor en español. Inicialmente, se daba a un escritor en esta lengua, con lo que se producía una cierta competencia con el Cervantes. Por eso, la norma cambió para abrir el premio a los autores con obra en otros idiomas. Pues bien, desde entonces todos los distinguidos han elaborado su obra en lenguas diferentes del español, con la excepción de Augusto Monterroso, que lo ganó en 2000. En esta ocasión, García de la Concha insistió de nuevo, y su candidato era un escritor e intelectual del enorme peso de Juan Goytisolo, otro eterno candidato al Cervantes. Pero el director de la RAE, quien reconoció los méritos de Atwood, no ha conseguido los suficientes apoyos.