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Francia en Israel

Tal vez Benjamín Netanyahu atinaba cuando, entusiasmado con la elección de Nicolas Sarkozy como presidente de la República francesa, se congratulaba del éxito de 'ce fils d?Israel'. Desde que llegó en visita oficial al Estado de Israel, el presidente habrá confirmado que, en efecto, se le profesa allí un reconocimiento extraordinario, que ya pudo advertir cuando como ministro del Interior y jefe del partido conservador, la UMP, visitó el país. Netanyahu fue literal, pero infrecuente, porque, aunque hijo de un aristócrata húngaro y una judía de Salónica (Grecia) Sarkozy nunca ha sido percibido como formando parte de la comunidad judeo-francesa, la más nutrida del mundo fuera de los Estados Unidos. En el entusiasmo de Bibi Netanyahu latía, más bien, alegría por la derrota del detestado Jacques Chirac.

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El ex-presidente, aunque del mismo partido y responsable en buena parte de la carrera política de su sucesor, era un representante clásico de la escuela neo-gaullista, que mantuvo siempre una calurosa atención a las relaciones de Francia con los árabes y no dudó en criticar ciertas políticas israelíes. La visita del propio Chirac a Israel, con su inolvidable y tumultuoso episodio en Jerusalén, fue la confirmación. Sarkozy fue recibido ayer en la Knesset con una ovación de los diputados puestos en pie. El había confirmado su conducta y sus sentimientos afirmando apenas llegó que ha sido, es y será siempre un amigo de Israel y - algo más discutible - que el pueblo francés siempre estará al lado de Israel en caso de necesidad.

De hecho, buena parte de la clase política e intelectual en Israel creen que hay un remanente fuertemente anti-israelí y hasta anti-semita en Francia y aún se recuerda el escándalo que se formó cuando el general Sharon pidió a los judíos franceses que emigraran a Israel porque allí estarían mucho más seguros. Claro que eran los tiempos de Chirac. Sarkozy, sin embargo, sabe lo que hace y se deja margen: reconoce que no habrá genuina seguridad para Israel sin un estado palestino viable e, incluso, sin negociaciones con Siria que él está reactivando ahora para guardar sus bazas en Líbano. De hecho verá en París el doce de julio al presidente Bachar al-Assad, algo que a su ministro de Exteriores, Bernard Kouchner, judío francés, le resulta incómodo, según ha dicho ignorando paladinamente las necesidades de su oficio.