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Victoria colectiva

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La victoria de España sobre Italia en la tanda de penaltis fue el justo premio al fútbol desplegado por la selección en la fase final de la Eurocopa. El equipo en su conjunto se mereció el resultado por haber mantenido durante interminables minutos un difícil pulso contra tan competitivo adversario. Pero fue Iker Casillas quien, en el mano a mano entre dos porteros excepcionales, aportó el broche que precisaba el triunfo. Con el pase a las semifinales el fútbol español obtiene el resultado deportivo que corresponde al potencial representado tanto por los clubes como por la trayectoria de los seleccionados en las categorías inferiores. Ayer el juego se impuso al fatalismo alimentado por unos cuartos de final que se habían convertido en barrera infranqueable desde 1984. Pero probablemente ni la técnica futbolística ni la experiencia acumulada por los jugadores a pesar de su juventud explicarían la tendencia ascendente evidenciada por la selección si la mentalidad de los deportistas no hubiese estado en disposición de llegar a los penaltis y vencer. Resultan siempre más opinables las causas de una derrota que las condiciones que concurren en una victoria. Ayer la destreza deportiva, el saber hacer sobre el terreno de juego, se sobrepuso al escepticismo que se había instalado en buena parte de la opinión pública española. Millones de españoles vivieron en tensión creciente el partido, mientras su ánimo oscilaba entre el optimismo derivado del juego de la selección y las sombras que proyectaba la reciedumbre del adversario. La lección de la eliminatoria devuelve las especulaciones y las discusiones sobre las posibilidades de la selección española al terreno estrictamente futbolístico. De manera que, más allá del fútbol y de la Eurocopa, la victoria de ayer contribuye a que los aficionados se aproximen en sus apreciaciones a las posibilidades reales pero también a los límites de los deportistas en competición.