No me salen las cuentas
A mí las cuentas no me cuadran. A ver: si trabajamos -como quiere la Unión Europea- 13 horas al día y dormimos otras ocho, nos quedan tres para desayunar, almorzar y cenar, ver un poco la tele, leer la prensa, darse una ducha y ayudar a los niños con la tarea del cole. Que no, que no me cuadran. A lo mejor es que esta suma sólo les sale a los ministros de Trabajo de 22 países -menos mal que el nuestro no está entre ellos, aunque no nos sirva de mucho- a los que parece que no le importa lo más mínimo la vida de sus ciudadanos.
Actualizado: GuardarTrabajar más de la mitad del día no tiene que ser sano ni física ni mentalmente, por mucho que a uno le guste su profesión. Estoy de acuerdo con Celestino Corbacho en que aplicar la ampliación a las 65 horas semanales «es volver al siglo XIX». Me rebela que haya quien piense -o al menos, eso dan a entender- que explotando a los curritos se van a solucionar los problemas del país ¿Y los problemas de los curritos? ¿Es que no cuentan?
Estoy tan perpleja por la intención de la UE que me he planteado una teoría: mis abuelos no tuvieron apenas derechos sociales y laborales, mis padres lucharon la mitad de sus vidas por conseguirlos y, cuando por primera vez una generación entera puede disfrutarlos desde su juventud, llegan unos cuantos y hunden el trabajo de más de un siglo. De esta forma, todo vuelve a empezar. No tiene ningún sentido.
Pensándolo mejor, puede que los inteligentes ministros europeos hayan querido oficializar lo que es habitual en muchas empresas: lo de las ocho horas es para muchos trabajadores -más de los que nos imaginamos- una utopía, así que ¿por qué no hacerlo legal? Es el colmo del absurdo.