MIRADAS AL ALMA

Románico josé tomás

En el emblemático circo romano, el pueblo solía acudir a saciar su sed de sangre. Ver morir en la arena de la manera más cruel y morbosa siempre fue para el ser humano una satisfacción para calmar su ira ante la sociedad, la frustración personal y el odio a uno mismo. Los antiguos emperadores romanos como Augusto, Nerón o Calígula, daban sangre al pueblo para ganárselo y éste se rendía. La actual simbiosis entre José Tomás y la gran masa muscular que se ha creado en torno a su concepto recuerda a la antigua Roma. El torero de Galapagar no es ningún gladiador que se tira a los leones, pero una inmensa mayoría del público morboso lo ve como tal. Y es que la sensación que Tomás deja en el románico público que le sigue es de espeluznante elixir. Pocos se percatan de que estamos ante un torero que torea extraordinariamente con la muleta, sobre todo al natural, donde manda con inusitado temple. Su gran legión de romanos valora más que salga ensangrentado de pies a cabeza que su toreo en sí. ¿Queremos sangre! Y Tomás se lo da.

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El padre del torero declaró recientemente que su hijo no sale a morir sino a torear. Pienso que ningún torero sale a la plaza con esa idea, sin embargo, cuando vemos que ante toros mansos y violentos el torero no toma precauciones, es cuando nos parece decir lo contrario. A los buenos toreros nunca les ha preocupado que los cojan toreando a gusto, ante toros bravos y nobles; pero nunca se dejaron coger ante toros malos, pues no merece la pena. Y es que hasta los toros han de ser dignos de hacer sangrar al torero. Cualquier toro te puede dejar en el sitio, pero es el torero quien debe decidir ante cuál se olvida del cuerpo. Tomás está siendo fiel a su propio sacrificio, por ello hoy está donde está, con el mundo a sus pies. Pero recuerden que el auténtico aficionado goza viendo torear y no cuando le vemos ser corneado una y otra vez con el alma en vilo y con su románico público aplaudiendo sedientos de sangre y muerte.