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Líquido de frenos para Europa

Comenzó el siglo XXI con la pretensión de que la Unión Europea iba a liderar el mundo. Ahora sospechamos que el pelotón irá encabezado por Asia. Seguramente, ni lo uno ni lo otro, sino más bien un mundo multipolar.

Valentí Puig
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Una Europa más vieja y con menos niños: la gravísima crisis demográfica envuelve como un pastel milhojas el debilitamiento económico y la impersonalidad política de la Unión Europea. La idea del soft power europeo o incluso la noción de gigante económico y enano político están en dique seco. Indudablemente, la realidad productiva de todos los días es enorme y el potencial no tiene fin pero estamos ante un vacío de la voluntad y una ausencia de destino. Desde el Acta Única (1986) y Maastricht (1992) la UE dio pequeños pasos sin dejar de empeñarse en las grandes palabras: un exceso de fiebre culminó en la propuesta constitucional pero los problemas siguen siendo los recursos energéticos, la flexibilización de los mercados de trabajo, la inmigración, el déficit democrático, la opacidad institucional, el dilema turco. En general, son los problemas del crecimiento económico y las consecuencias morales de la sociedad de la abundancia. La retórica prometeica del europeísmo ha generado europesimismo en la Europa del colesterol y de las dos horas de pilates por semana. El pragmatismo de la mejor política europea contrasta a veces con las decepciones de la noción intelectual de europeidad.