De Huelva
Estaban el otro día los chavales viendo en clase Las bicicletas son para el verano, como complemento visual del temario dedicado a la República y la Guerra Civil, y en una escena paré el deuvedé para contarles que eso que estaban haciendo la madre y la criada en la mesa de la cocina era separar las lentejas de las piedrecitas, un rito que ya se ha perdido y que a ellos les sonó directamente a marciano y surrealista. Parapetados en la sociedad del bienestar material y del desenvuelve y tira, estos adolescentes no podían ni imaginar lo que fueron los años de miseria que tan bien retrató Fernán Gómez en su obra teatral luego aireada para el cine por Jaime Chavarri.
Actualizado: GuardarSin embargo, esa misma idea de ir esculcando la lenteja de entre la piedra es lo que, se me antoja, han hecho esos mismos chavales esta semana con sus libros. Porque yo lo he hecho con los libros de mis hijos. Ya saben ustedes, esos que eran gratuitos y en realidad son de Huelva. Esos que los han acompañado durante los nueve meses largos del curso. Esos que no han podido subrayar, ni garabatear, ni manosear, porque los tienen en prenda o de rehén y que hay que devolver ahora para que el curso que viene, y el otro, y el otro, no los subraye, ni los garabatee, ni los manosee otro niño u otra niña.
No sé, si con la tan cacareada crisis, leve desajuste o como quieran llamarlo, los chavales habrán tenido un leve asomo de lo que es la miseria, pero yo sí he experimentado esa sensación de estar viviendo de prestado por culpa de la cicatería y la miopía de quienes mandan. Ir pasando página a página de un libro que no ha llegado a convertirse en amigo y borrar todas las cosas que, por necesidad obvia, mis hijos han ido anotando al margen, eliminando todo paso de su huella por esas páginas. Lo malo, ay, es que ese mismo gesto se me antoja simbólico de que esas páginas a lo peor no han dejado tampoco huella en los alumnos.
La cara que se les va a quedar, en septiembre, a los chiquillos que reciban los libros que hayan pasado la criba a la que, sin comerlo ni beberlo, han tenido que someterse también los maestros, convertidos de la noche a la mañana en archiveros-contables-agentes de aduanas o émulos de la Gestapo libro por libro y hoja por hoja. Manolito, aquí has pintado las iniciales de tu novia. De mi ex novia ya, don Adolfo. Pues razón de más para que me las vayas borrando, anda. Y así, curso tras curso, hasta que los jubilen de puro descuajaringados, estos libros no enseñarán a nuestros hijos ni a amar el papel, ni la cultura, ni el valor material de las cosas. Ni siquiera el bello gesto de compartir: se comparte lo que es tuyo, no lo que ni siquiera percibes como tal. Hemos convertido a los libros de texto (esos amigos que luego son tan útiles en cursos posteriores porque explican más clarito conceptos que no recuerdan o que, con explicaciones más complejas, se les atragantan; recuerden los análisis sintácticos, recuerden las listas de verbos, recuerden las fórmulas matemáticas) en el equivalente a la ropa de moda que deja de estarlo, al abrigo que dejamos apolillarse en el armario porque sabemos que el invierno que viene el niño o la niña le sacará ya las mangas y habrá que sustituirlo por otro, en zapatos gorila que ya desaparecerán para siempre, arrumbados y cambiados por zapatillas molonas de marcas americanas.
Cuando se ponen de moda ahora las reediciones de los libros de los años cincuenta y sesenta, hay un mucho de nostalgia inexplicada. Pero nuestros hijos no tendrán ni siquiera esa nostalgia. Yo fui un niño que pintarrajeaba continuamente en los libros: dibujitos tontos, superhéroes, garabatos, frases sueltas. Mis libros, hoy, no habrían pasado la criba y a mis padres les habría caído la multa que nos va a caer a más de uno porque, ley de Murphy por medio, siempre hay un libro que se pierde o una portada que se rompe el penúltimo día. Les dejo, a ver si mi hijo ha encontrado por fin el cartoncito con el sistema periódico de los elementos, no vaya a ser que al final tenga que pagar por un libro a posteriori, cuando ya las leyes de educación dicen que no le va a hacer falta. Con lo sencilla que sería la educación si dejaran de meterse por medio quienes no entienden de esto