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LECHE PICÓN

De comunistas y revoluciones

Hallábame almorzando con la frugalidad que la dieta estival impone, prestando más atención a encontrar en la ensalada un buen trozo de atún que al telediario que se asomaba en la televisión situada frente a mí. Oía la voz del locutor como un run-rún lejano, y ni siquiera cesé en la búsqueda del túnido cuando el presentador -con ese acento inclasificable que caracteriza a muchos de los periodistas de Canal Sur, mezcla de Matías Prats y El Bizco de los Camarones-relataba los aconteceres del congreso nacional del Partido Popular en el que un desventurado Mariano Rajoy ha mostrado inusual empeño en abrillantar su propia lápida. En esas estaba cuando la siguiente noticia hace que levante el careto de la ensalada y me quede embobado en la caja tonta. Se relata en esos instantes el congreso del Partido Comunista de Andalucía -se le dedica un tiempo similar al del PP, ya conocen ustedes la independencia y objetividad de los informativos de la televisión pública andaluza- y se traen a colación las palabras de un tal Centella, a la sazón secretario general del engendro. En ellas, con tono disléxico y aquejado de un tic que lo asemeja a Chiquetete cantando por martinetes, viene a afirmar que el Partido Comunista no ha de hacer la revolución, sino "enseñar a los trabajadores a hacer la revolución". A renglón seguido, el ínclito Valderas ocupa las seiscientas veinticinco líneas aseverando no se qué pamplinas contra las democracias liberales y en enaltecimiento de las doctrinas comunistas. Y es entonces cuando abandono definitivamente la búsqueda del atún en la ensalada y me planteo la posibilidad de llamar a mi santa madre para ver si tuviera en su cocina una buena berza con pringá. Que, ante tonterías tamañas como las oídas, hasta de hacer régimen se le quitan las ganas a uno.

JUAN PEDRO COSANO
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El comunismo, como saben, es -o era- un movimiento político cuyos principales objetivos radicaban en el establecimiento de una sociedad sin clases sociales, basado en la propiedad común de los medios productivos, la abolición de la propiedad privada y la finalidad de llevar a la clase trabajadora al poder, logrando así la abolición del Estado. Tras la caída del Muro de Berlín en 1.991, la desintegración de la antigua URSS y la iniciación de Rusia en el sistema capitalista, el comunismo no es más que un recuerdo del pasado que apenas si se intenta preservar en Cuba y algún otro país exótico, pues hasta China, a pesar de que mantiene un régimen de partido único y fuerte control estatal, comenzó a finales de siglo a aceptar fórmulas económicas mixtas.

En Andalucía, sin embargo, el comunismo, al parecer, pervive. Alentado por Centella, Valderas y otras pocas docenas de ilusos que se demuestran incapaces de adaptar su pensamiento a los nuevos tiempos y de comprender que teorías como las de Marx y Engels y posturas como las del fósil Fidel no son más que desagradables recuerdos del pasado que costaron millones de vidas y años de subdesarrollo. Y si algo no puede permitirse esta Andalucía nuestra, aún en el vagón de cola de las regiones europeas, es que la pervivencia de ideologías caducas y desaparecidas de la faz de la Unión condicionen o entorpezcan su progreso.

La utopía no hace daño a nadie cuando quien la mantiene es consciente de su carácter ilusorio. Pero cuando se convierte en objetivo, la utopía ya no es un ideal hermoso sino un peligro. En días como los que estamos viviendo, de crisis -o desaceleración, como quieran-, huelgas, piquetes y vándalos, hablar de proletarios y revoluciones no es una manifestación de una utopía inocua, sino una insensatez. Propia tan sólo de quienes, como Valderas, Centella y restantes adláteres, saben que nunca llegarán a nada, pese a lo cual siempre tienen dispuesta la yesca para prender la hoguera.