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Opinion

Un partido centrado

El XVI Congreso del PP vivió ayer su jornada más relevante con la aprobación de las ponencias que orientarán la actuación de dicha formación hasta su próximo cónclave y con la elección de la ejecutiva que decidirá sobre sus próximos pasos. La tensión interna padecida por el Partido Popular tras los comicios generales había llegado muy mitigada a las puertas del congreso de Valencia. Sin embargo algunos gestos e intervenciones reflejaron la persistencia de una severa aunque contenida crítica a la gestión y a los propósitos de Mariano Rajoy, expresada en el «apoyo responsable» que le concedió José María Aznar. Con todo, el resultado de la votación de la nueva dirección, a pesar de que cosechara un 15% de votos en blanco, atestiguó que el PP constituye hoy una realidad unitaria que se sobrepone a las divergencias. La composición de la ejecutiva dejó fuera a algunos de los dirigentes que más se habían destacado por sus discrepancias respecto a Rajoy, pero no por ello se le puede negar su carácter integrador toda vez que aglutina buena parte del capital humano que ha ido atesorando el PP a lo largo de los años.

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Tanto durante las semanas previas al congreso como en el desarrollo del mismo el debate en el seno del PP ha diferenciado a quienes, como el propio Rajoy, han venido abogando por orientar dicha formación hacia el centro de quienes, como Aznar afirmó en su alocución de ayer, consideran que el Partido Popular no ha abandonado el centro desde que optara por ubicarse en él en 1989. La discusión refleja sin duda la división entre los dirigentes más comprometidos con la trayectoria popular de las dos últimas legislaturas y los que sin cuestionar abiertamente dicho bagaje tratan de revisarlo de cara al inmediato futuro. Parece claro que el congreso se inclinó de manera abrumadora hacia esta segunda opción. Pero la diatriba tantas veces etérea sobre el significado del centro olvida a menudo que es la sociedad la que en última instancia fija su definición precisa. Es la ciudadanía la que en cada momento percibe a una formación centrada o escorada respecto a los intereses y aspiraciones comunes a la mayoría. De manera que más que una ideología el centro político representa la identificación con el sentir mayoritario de una sociedad, con los cambios que experimenta, con los anhelos que se despiertan en su seno. Son las urnas las que en definitiva otorgan o niegan la consideración de partido de centro a una formación. En suma en un bipartidismo imperfecto como el español, que ha reflejado la abierta disposición ciudadana a la alternancia, será siempre el vencedor quien pueda considerarse más de centro que el vencido.

José María Aznar reivindicó ayer la estrategia seguida por los populares para ganar en 1996, subrayando que primero se aseguraron en solitario la victoria para abrirse después al diálogo con otras formaciones y no al revés. Pero es probable que la etapa de la confrontación implacable entre PP y PSOE haya quedado atrás, de forma que su eventual reedición podría repercutir negativamente en la consideración social de quien se muestre proclive a ella. Del mismo modo, es también probable que haya quedado atrás la vigencia del otro elemento estratégico determinante en el ascenso popular: la movilización del electorado más fiel como núcleo a partir del cual aproximarse a otros caladeros. Hay razones para pensar que resultaría imposible para el PP aspirar al gobierno con posibilidades de éxito si en el mientras tanto no se muestra abierto a la coincidencia con las demás formaciones y si no se esfuerza en aproximarse a sectores sociales que o no le han secundado o lo han hecho esporádicamente. El deseo de Rajoy de contribuir a pactos de Estado y su convicción de que lo importante, además de tener razón, es que los ciudadanos la concedan apuntan en esa dirección. Pero la formulación de esta nueva estrategia resulta siempre más sencilla que su aplicación concreta y exitosa. Porque de la misma forma que el encastillamiento en torno a las propias posiciones concedería a los socialistas una nueva oportunidad para presentar a los populares muy alejados del centro sociológico, la disposición al diálogo podría también convertirse en una suerte de enredo condicionado inevitablemente por quien ostenta las riendas del Gobierno.

Mariano Rajoy presentó su candidatura a los compromisarios creyéndose en condiciones de garantizar la unidad del partido y afirmando sentirse seguro de conducirlo a la victoria en las generales del 2012. Lo segundo constituye una manifestación de voluntad obligada, tanto porque su capacidad de liderazgo y arrastre electoral ha sido reiteradamente puesta en cuestión por sus críticos como debido a que su elección como presidente significa, al mismo tiempo, su nominación como aspirante a la presidencia del Gobierno. Pero parece indudable que hoy el PP no cuenta con una referencia personal que concite más apoyos diversos y que ofrezca más garantías de una gestión unitaria que Mariano Rajoy. Razón suficiente para que incluso los más remisos a su liderazgo contribuyan al afianzamiento de esta nueva etapa en el Partido Popular que sin duda se anuncia de moderación.