Un soplo de sosiego desde la esquina de Gaspar
Toma hasta el día de hoy este nombre por vivir en el siglo XVI hasta tres Gaspar Fernández en esta misma calle
Actualizado:Que nadie corra por la calle, que no se le ocurra a ningún vecino tomarse la vida con acelero. En serio: no merece la pena. Lo último que uno podría encontrarse en la calle Gaspar Fernández sería la consulta de un cardiólogo. Su zaguán tendría menos vida que el epicentro de un desierto. Qué duda cabe que los vecinos tienen bien aprendida la lección. Y para alguna moto tuneada -con cani sobre sus lomos- que aparezca derrapando por la curva de la calle Bizcocheros con el fin de aparecer por Gaspar Fernández a toda velocidad, Francisco Castro tiene su medicina. «Deberían prohibirlas. Van como locos, con lo tranquilos que somos en esta calle», sentencia desde la tienda de pajaritos y alpistes donde trabaja.
Que nadie corra porque los coches apenas pasan y los días que sí pasan lo hacen más lentamente que en cualquier otro lugar de la ciudad. Una delicia si lo que se busca es tranquilidad.
Si por casualidad alguien se levanta un día sospechosamente estresado, la academia del guitarrista José Luis Balao tiene la solución. Un vals venezolano al canto, una gruta de notas que resbalan por el diapasón de una guitarra interpretando un guapango, una guajira de ida y vuelta o una falseta construida entre los muros de la vieja casa del número siete, donde las notas delicadas de este maestro de la guitarra hacen el boca a boca, corriendo de una sonanta a otra, en medio de una clase didáctica entre el profesor con sus alumnos. «Llevo aquí desde el año 1996. No está mal la cosa. Temporadas con más alumnos y otros meses con menos, pero no me puedo quejar», comenta Balao. La casa era de sus padres, y ahora pertenece a los hermanos. Sin embargo, José Luis Balao es quien la abre para que suene la música y ahogue los posibles demonios que puedan habitar en el estómago de un vecino como consecuencia de una mala digestión o del estrés al que nos lleva la vida moderna.
Otro testigo del paso lento del tiempo, lo vemos al entrar en el número nueve, lugar donde Pepe Rama tiene su taller de grabados de placas y trofeos, uno se traslada a cuando el banco Hispano Americano existía todavía, o cuando la Caja de Ahorros de Jerez tenía como logotipo una especie de alcancía con forma de bola del mundo. Cosas del pasado que perviven en el local de Pepe. «Es la primera vez que entra un periodista en el taller. Jamás he salido en un periódico, y eso que llevo treinta y cinco años desempeñando mi trabajo por estos lares», comenta Pepe. El profesional hace recuento y no para. «Señalista o grabador de placas puedes poner en tu artículo», sostiene. Sus grabados han llegado a muchos de los despachos de poder de la ciudad. «Esto era antes la sede del PSA, y se lo traspasé al mismo Pedro Pacheco hace ahora veintidós años», explica. Nombres de empresas y eventos varios tienen cabi da en las vitrinas de Pepe Rama.
Historia
Pero la calle estaba ahí mucho antes de que llegaran las placas de Pepe Rama. Ya en 1583 pasa a llamarse Gaspar Fernández, pues en algunos índices generales de escrituras ya viene la calle tipificada de esta forma, dando cuenta que en misma época llegaron a vivir hasta tres vecinos con el mismo nombre y apellidos, pasando, de esta forma, a ser una de las más curiosas historias de la ciudad.
Pero volviendo al presente, destacamos entre las casas el número 14. Es la vivienda de Rosa Esteban, mujer ejemplar y conocida empresaria hostelera. Rosa fue la propietaria del Colegio Mayor Universitario que había tres casas más arriba de la suya. Un centro cultural y con gran movimiento estudiantil. Pilar es hija de la empresaria y nos explica que «la ilusión de mi madre fue vivir en la calle, como una vecina más. Este sueño lo cumplió cuando en el año 1986 compró este solar y lo echó abajo entero.
La casa, diseñada por el arquitecto Joaquín Pallín, es del año 1991, aunque parece que conserva todo lo antiguo», comenta Pilar. «Vivimos cuatro generaciones, porque la idea de mi madre era precisamente esa, construir un lugar donde todos tuviéramos un sitio», narra Pilar. El fresco patio de la familia Esteban queda atrás, con los juegos de los niños y con el abuelo que pasea la sabiduría de la experiencia por las habitaciones bajas de la casa.
Finalmente llegamos a la casa de José Gutiérrez Martínez, aunque todos lo conocen como El Kuki. Se trata del número 18, casi rozando la esquina con la calle Arcos. El Kuki es un señor entrañable, enseguida se hace con la situación y comienza a narrar los beneficios de andar bien calzados. «A mí siempre me gustó la zapatería. Cuando mi padre cerró una conocida tienda de recambios de coches, me independicé y comencé con los zapatos, aquí en casa, hace unos treinta y cinco años. El calzado de calidad es lo que entra y sale de aquí. Tengo la exclusiva en Cádiz de los zapatos LG (Lorenzo Márquez y Gloria Castellano), que son artículos casi artesanales. Hoy en día, es de lo mejor que existe en el mercado», narra El Kuki.
Las vitrinas están repletas de mocasines -algunos diseñados por él mismo-, botines o zapatillas más cómodas para el verano. Hay un poco de todo, perfectamente iluminado y presentado al público con gran elegancia.
El Kuki narra la vida de la calle, con su simpatía característica. «Recuerdo cuando estaba el negocio de Paulino García Segura. Aquello le dio una vida a la calle impresionante. Vendía al por mayor para pequeños establecimientos de barrios y también a las vecinas que venían a comprar un octavo de chorizo. Ahí amasó una gran fortuna, con mucho trabajo; que nadie le regaló nada», recuerda.
De la esquina donde Paulino se hizo grande de Jerez hasta el presente, han pasado algunos años. Gaspar Fernández llega a Arcos y comienza el espectáculo de la vida acelerada. Un autobús silva a un peatón atrevido y un coche intenta parar en doble fila, pero el resto de la procesión que va detrás se lo impide con ráfagas de luces e improperios que se vomitan por la ventanillas y que no vienen al caso. Esto ya no es Gaspar Fernández. Atrás quedó, como dijera Fray Luis de León, la huída del mundanal ruido.