
«Pensábamos que la libertad era disfrutar del sexo, no tener un Audi»
Retrata a los progres y a los hijos del 'pelotazo' socialista. El padre de la comedia madrileña usa el fútbol para dibujar un país crispado en 'Rivales'
Actualizado: GuardarSi alguien quiere conocer la historia reciente de España puede repasar la filmografía de Fernando Colomo. Debutó en 1977 con Tigres de papel, manifiesto generacional de una progresía a la que vapulearía diez años después en La vida alegre, una comedia que ya barruntaba el pelotazo socialista. Rivales, en los cines este viernes, retrata un país de taxistas que escuchan la Cope, adolescentes pegados al MP3, entrenadores de fútbol homosexuales que viven su particular Brokeback Mountain y curas que han tirado el celibato por la ventana.
La excusa es el fútbol. Un grupo de padres lleva a sus hijos a la final de una liga infantil. Catalanes contra madrileños. Colomo sigue fiel a la comedia desde que descubrió que arrancar una sonrisa «abre una puerta por donde entrar». Padre de un veinteañero y de una niña adoptada hace ocho, el director se ha mudado de su estupenda oficina de siempre a otra compartida. Época de vacas flacas. «¿Hablaremos de cine español? Eso es peligrosísimo...».
-¿Es futbolero?
-Sí. Pero tampoco demasiado. Soy de esos que cuando el Madrid tiene una mala racha lo critica, aunque este año me hubiera gustado que ganase el Getafe. Por justicia poética. Ser del Madrid es fácil, porque es el equipo que tiene más dinero; si lo pienso dos veces, me borraría. Pero está en mis genes. De chaval me pillaron aquellas cinco copas que veía en el NoDo, ni siquiera había televisión. Además, iban de blanco, como el Llanero Solitario, pensaba que no eran terrestres. Hasta que te desengañas cuando descubres que el fútbol mueve tantísimo dinero.
-Usted llevaba a su hijo a jugar a una liga infantil.
-Sí. Desde los tres años hasta los 15. Era curioso, de pronto formabas parte de un grupo de desconocidos. Y tenías que estar muy unido, porque luchabas contra un enemigo común: los otros padres. Gritábamos, insultábamos... Recuerdo que una vez el árbitro nos echó a uno de nosotros. Lo más sorprendente es la agresividad de los padres, parece que se están jugando el pellejo. A mi hijo se le daba bastante bien, y algún padre le gritaba: «¿Pablo, chupón, pásasela a mi hijo!».
-Depositamos nuestras frustraciones en ellos.
-Así es. Que gane en el campo y en la vida. El padre está más motivado que el hijo. Es malsano. Todo hay que conseguirlo contra los rivales, es como si solos fuéramos incapaces de hacer nada, necesitamos a alguien a quien humillar para demostrar que somos algo. El empate no tiene sentido.
-No sólo pasa en el fútbol. 'O.T.' y demás programas enseñan que sólo vale ser el primero.
-En mi época, lo más que había era Cesta y puntos, un concurso de conocimientos. Preguntas culturales, esa era la máxima rivalidad. Ahora se lucha y se nomina al rival, los de tu propio equipo son enemigos a batir. Si no eres el primero eres un fracasado. Esta sociedad cada vez más competitiva va a crear muchos frustrados. Incluso los segundos lo estarán. Hasta en política la lucha más salvaje se da en el seno del propio partido, con los que tienes más cerca eres más agresivo.
Una sociedad crispada
-Los partidos de 'Rivales' acaban a tortas.
-Sí, porque es una película sobre la violencia. Y no sólo en el campo. El miedo a perder un estatus te hace ver enemigos por todos los lados.
-Se atreve a reírse de la rivalidad entre madrileños y catalanes.
-Es mérito de Joaquín Oristrell, que me dio la idea del guión. Nunca se había tratado, y mira que llevamos siglos con ese pique y con momentos duros como el Estatut. Uno de los productores es catalán, y eso me da tranquilidad para escribir diálogos como «los catalanes me caen como una patada en los cojones».
-No le gusta la España que muestra, hay más amargura que en otras comedias suyas.
-Vivimos en una sociedad crispada y violenta, por lo menos en las grandes ciudades. Yo he vivido un Madrid abierto en los 80, y poco a poco se ha ido volviendo más hostil. El Madrid que acogía a todo el mundo recela de los emigrantes, empiezo a ver reacciones agresivas. Antes, sólo por estar ya eras de Madrid. Cada vez me apetece menos vivir aquí. Me he planteado irme a Barcelona.
-¿Ve a su alrededor tanto hijo malcriado y consentido como muestra en 'Rivales'?
-Y más. Me llevo muy bien con mi hijo, pero noto que su generación no comparte esa idea de trabajar duro y salir adelante que teníamos nosotros, meter las horas que fuera en lo que te gustaba. Son hedonistas. Mi hija me dice, «pero, papi, relájate». Ya. Es que tengo que sacar adelante esta casa y educarte. Viven el presente, no se preocupan de cuál va a ser su futuro, quizá porque no lo ven nada claro. Y no se van de casa ni a tiros.
-Ustedes también se lo pasaban bien, no todo era duro trabajo.
-Por supuesto que nos corríamos nuestras juergas. Pero teníamos una capacidad de sufrimiento, un sentido de la responsabilidad del que ellos carecen. Tú se lo cuentas y lo entienden, aunque si in-tentan ponerlo en práctica no les sale. Se han vuelto exigentes.
-¿No será que los han malcriado?
-Seguro. Siempre piensas que has hecho algo mal. Sin darte cuenta, les estás dando más cosas de las que a mí me dio mi padre. Claro que eran otros tiempos. Yo no puedo lograr ni que apaguen la luz para ahorrar cuando no están en la habitación. Su disfrute pasa por consumir, por gastar.
-Los padres del filme no salen mejor parados. Adosados, coches...
-He intentado que salga la mayor cantidad de marcas posible. El primer personaje que sale tiene un Jaguar para que su hijo piense que es un tío cojonudo. Como si fuera un valor moral. En esta sociedad tienes que consumir para que otros se enriquezcan, es una cadena. Luego hay unos pocos que ni consumen ni pagan, el Tercer Mundo.
-Hablemos de sexo. Aquellos 'tigres de papel' de la Transición parecían más libres y felices que estos españolitos tan modernos y liberados.
-Sí, tanta libertad sexual y no terminamos de creérnosla... Nosotros a finales de los 70 teníamos ilusión, creíamos de verdad que existía una felicidad que consistía en la libertad. El sexo se vivía de forma más ingenua y sincera.
-¿Cuándo se empezó a torcer la cosa?
-A los diez años todos habían hecho el cambio de las tres 'ces': chica, casa y coche. En los 70 se contaba que Juan Diego tenía un coche deportivo que nadie había visto, porque no lo llevaba a las asambleas del Partido Comunista. En los 80 sin embargo no eres nadie sin un descapotable. El que antes era un idealista ahora es un fracasado. El cinismo se empieza a ver bien, a los hombres de negocio sin escrúpulos, auténticos tiburones, se les respeta. Tengo 62 años, no podía imaginar que esto iba a ir por aquí.
-¿No será usted un nostálgico?
-No. No puedes serlo. Si lo de aquellos años sólo era una expectativa. Veníamos de la represión y la pobreza. Pensábamos que la libertad nos iba a hacer felices, que era disfrutar de los amigos y del sexo, no tener un Audi. Ha sido muy sutil. Cuando nos hemos dado cuenta ya estábamos vendidos y pringados. Y más infelices que antes. Vivimos una época absolutamente cínica.
-Su cine ha sido premonitorio.
-A mi pesar. La vida alegre adelantaba los escándalos en el PSOE. Estaba en el ambiente que algo iba a pasar.
-¿Nunca ha pensado en hacer un drama para ganarse la respetabilidad de los críticos?
-Sí, pero lo voy postergando. Siempre digo que la próxima será seria. Y no me sale. He hecho grandes esfuerzos para huir de la comedia, y nunca me he despegado totalmente.