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Editorial

Unión ralentizada

El Consejo Europeo concluyó ayer su reunión reconociendo que no existen fórmulas para sortear, sin más, el «no» irlandés al Tratado de Lisboa. Así lo evidenciaron los líderes europeos al posponer cualquier posible arreglo para después del verano, volviendo así a las reglas del juego pactadas por ellos mismos, que obligan a la unanimidad para ratificar un compromiso de semejante calado. La asunción parlamentaria de dicho Tratado por el Reino Unido la víspera de la cumbre sirvió para mitigar los efectos del «no» irlandés. Aunque, más que a una opción decididamente europeísta, tal resolución se debiera al pragmatismo de Londres para que Berlín y París cuenten con los británicos en las decisiones estratégicas europeas.

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Las ocho ratificaciones pendientes seguirán adelante, con las serias dudas que suscita la República Checa, con el preceptivo pronunciamiento del Tribunal Constitucional de dicho país en medio de un proceso electoral que podría alimentar las actitudes más renuentes hacia la UE. En octubre, y bajo presidencia francesa, el Consejo Europeo volverá a abordar la crisis generada por la negativa irlandesa. Pero si la solución más realista es que Dublín convoque un nuevo referéndum, no parece que pudiera celebrarse antes de que transcurra un año. De manera que el inevitable retraso en la entrada en vigor del Tratado hará que las elecciones europeas de junio de 2009 tengan lugar sin el favorable marco que el compromiso de Lisboa brinda a la Cámara de Estrasburgo. Pero mientras tanto es imprescindible que la Unión continúe funcionando. El Tratado de Niza en vigor permite adoptar muchas decisiones por mayoría y lograr avances concretos en áreas en las que hay una demanda de valor añadido por parte de la UE. Los líderes europeos deben actuar con responsabilidad y determinación política para fortalecer la llamada «Europa de los resultados». Asimismo, carece de sentido paralizar las ampliaciones que se están negociando en la actualidad. Los países candidatos no tienen porqué pagar la crisis interna y ver frustradas sus legítimas expectativas. Además, cualquier ampliación constituye en sí misma una reforma de los Tratados y una ocasión para dotarse de un eventual Plan B a la entrada en vigor de la reforma de Lisboa. En cualquier caso, resulta necesario que se potencie de inmediato el debate que contribuya a la legitimación de la UE, invirtiendo la tendencia al elitismo de los últimos meses, tan contrario al espíritu democrático europeo que debe seguir animando el proceso de integración.