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El Tratado de Lisboa es imparable

La Unión Europea concluyó ayer su cumbre de verano en medio de un pésimo clima, pero con una línea de pensamiento clara y dominante: el proceso de ratificación del Tratado de Lisboa tiene que seguir adelante en los Estados miembros que aún lo tienen pendiente. El Consejo Europeo se alineó con los ritmos irlandeses expuestos por el primer ministro, Brian Cowen, y convino en volver sobre el tema del Tratado durante la próxima cumbre de otoño, en octubre.

FERNANDO PESCADOR
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Para esa fecha, Dublín habrá concluido su diagnóstico sobre las causas del 'no' y estará en condiciones -al menos eso es lo que se espera-, de ofrecer soluciones al resto de los Veintisiete. Se trata, obviamente, de una formulación de cortesía: en sala, fueron varios los jefes de Estado y de Gobierno que expresaron su oposición firme a cambiar una coma en el Tratado para facilitarle las cosas a Irlanda.

El presidente Rodríguez Zapatero manifestaba en rueda de prensa, al término de la cumbre, que la idea resultante de la reunión es que «queremos que el Tratado entre en vigor, y queremos a Irlanda con nosotros».

Pero Irlanda necesita algo de tiempo para recomponerse y la UE, ayer, se lo dio. No mucho porque el horizonte límite absoluto son las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2009. No se pueden convocar unos comicios para una cámara definida de acuerdo con un marco jurídico (el Tratado de Niza), para trabajar en base a otro (el de Lisboa), y además, con un número diferente de parlamentarios. Irlanda, de hacerlo, deberá ratificar el Tratado con tiempo suficiente para que toda la maquinaria jurídica europea y las de los diferentes Estados miembros tengan a punto las herramientas para los comicios, y eso no se hace de un día para otro.

La República Checa obtuvo también un gesto del Consejo. Una nota a pie de página en las conclusiones de la cumbre admite que «no puede completar su proceso de ratificación hasta que el Tribunal Constitucional emita una opinión positiva sobre la adecuación del Tratado de Lisboa al orden constitucional checo».

La nota a favor de los checos en en cuestión parece una obviedad: si un juez en Reino Unido tiene que fallar sobre el derecho de un ciudadano británico a demandar un referéndum, no parece descabellado que el Consejo Europeo reconozca que el dictamen de un Tribunal Constitucional de un Estado miembro es previo a la aceptación de un Tratado.

Pero el literal del papel no refleja la realidad política, que no es otra que la impuesta por el euroescéptico jefe del Estado checo, Vaclav Klaus, y su primer ministro y no menos euroescéptico, Mirek Topolanek, que han buscado tiempo con esta apelación al Constitucional para ver cómo evolucionan las cosas en el resto de la UE en el proceso de ratificación. Si no hay problemas adicionales que vengan a sumarse a los causados por los irlandeses, y si éstos se resuelven bien, Praga tendrá escasísimo margen para mantener sus dudas. La coalición gubernamental de centroderecha está dividida entre los partidarios de la ratificación (cristianodemócratas y verdes) y el OSD de Topolanek, donde los euroescépticos son mayoría, aunque no sea la corriente dominante del país.

El primer ministro ha dicho en esta cumbre que «no apostaría un centenar de coronas (4 euros) por el 'sí' checo si la ratificación fuera planteada en estos momentos», pero sus posiciones en 'petit comité', según diversas fuentes, han sido más conciliadoras.

Con los contenciosos irlandés y checo situados en su contexto, los problemas han venido después: unas declaraciones de Nicolas Sarkozy, advirtiendo de que las ampliaciones ulteriores de la UE quedarían hipotecadas si no se aprueba el Tratado de Lisboa, provocaron ayer reacciones furibundas en varios miembros. Orientadas principalmente a la República Checa, firme partidaria de la adhesión de Croacia, llevaron al primer ministro polaco, Donald Tusk, a expresar una protesta, que era secundada por el jefe del Gobierno esloveno, Janez Jansa y la titular austriaca de Exteriores, Ursula Plassnik.