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Errores

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lo largo de esta desgraciada temporada todos los comentaristas y la mayoría de los aficionados hemos denunciado los continuos y los graves errores que han cometido los componentes de la entidad cadista. Hemos analizado las decisiones de los dos presidentes y de sus respectivos consejeros, hemos criticado las alineaciones de los cuatro entrenadores, hemos censurado los fichajes y desfichajes realizados por los técnicos, hemos reprochado los continuos desaciertos de los jugadores. Es lógico, por lo tanto, que fuera previsible este fatal desenlace, sobre todo, teniendo en cuenta la incapacidad manifiesta que los responsables demostraban para diagnosticar los males y, por lo tanto, para aplicar los remedios. En mi opinión, sin embargo, los factores más graves de este proceso degenerativo han sido, en primer lugar, el afán con el que los directivos se han empeñado en no reconocer la debilidad tan manifiesta del equipo y, en segundo lugar, el ardor con el que han pretendido hacernos creer que la curación era fácil. A veces, incluso, reaccionaban de forma malhumorada cuando advertían que los crítico señalaban algunos de los evidentes síntomas de desfallecimiento. Aunque no me atrevo a afirmar, como es natural, que pretendieran mentirnos, sí me permito aventurar la hipótesis de que, con la mejor intención del mundo, se estaban engañando a sí mismo. Fíjense, por ejemplo, en la cantidad de veces que, al final de los encuentros, nos han repetido que el equipo, durante la mayoría del tiempo, había controlado el partido. «Jugando así -nos han dicho una y otra vez al principio- subimos a Primera; después, conforme avanzaba la temporada, que nos quedaríamos en los primeros puestos y, finalmente, que, con toda seguridad, nos salvaríamos del descenso». Efectivamente el fútbol es un juego de azar, pero cuando se hacen mal las cosas, lo más probable es el fracaso. A partir de ahora, sí que hemos de partir de cero.