PAN Y CIRCO

lágrimas eternas

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una vez más, Cádiz llora, amargamente sin consuelo. Un río de lágrimas que nos llega desde Alicante, derramadas por la embajada gaditana, la afición del Cádiz, la que exporta la alegría de una Ciudad que Sonríe, cada vez más triste. Lágrimas que habría que recoger una a una, para guardarlas en un recipiente de oro, y exponerlo en nuestra sala de trofeos, pues ellas, son lo que vale este Cádiz, lágrimas. Lágrimas que deberían empapar hasta el ahogo, el corazón de todos los culpables de este desastre, para que sepan, que nunca olvidaremos ni sus caras ni sus nombres. Lágrimas como las de mi hijo, las que yo me bebí, pues nadie se las merece, mientras caía al suelo como fulminado por un tiro fallado en el último suspiro. Lágrimas jóvenes, lágrimas eternas, doloroso certificado de nacimiento del gaditano. Lágrimas más saladas y más bravas que el mar que nos rodea. Lágrimas amarillas brillantes, que valen su peso en oro. Lágrimas que algunos paisanos ven derramarse con total indiferencia, incapaces de comprender que aún existan personas, a las que les hace llorar un sentimiento común, incapaces de asumir que todavía existan personas que se unen, se movilizan y lloran por algo que creen suyo, algo tan suyo como ellos mismos. Lágrimas que unen, que nos hacen más fuertes, que demuestran que no todo esta perdido, que nadie puede abandonar, que nadie puede olvidar ni dejar de querer algo por lo que se llora con tanto dolor. Lágrimas de impotencia, lágrimas de injusticia, lágrimas no merecidas, lágrimas robadas. Lágrimas de mis hijos, de mi gente, de mi tierra. Mis lágrimas. Y lágrimas mercenarias, lágrimas secas, forzadas, por compromiso, lágrimas de vergüenza, momentáneas, pasajeras, fugaces, lágrimas que no valen nada. Lágrimas compradas y pagadas. Lágrimas cobardes, lágrimas que no importan a nadie. Que no salen del corazón. Lágrimas de los que no merecen ni llorar, por lo que no supieron defender como hombres.