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El PP, en la hora de la verdad

El Partido Popular enfila la recta final hacia el Congreso de este fin de semana, que debe ponerle en suerte para el desarrollo de la legislatura y el intento de conseguir el poder en las elecciones generales de 2012. Después de diversos escarceos de algunos sectores críticos, no siempre consistentes, todo indica que concurrirá una sola candidatura a la presidencia del partido, la de Mariano Rajoy, si bien con un equipo de nueva planta y con una propuesta programática renovada que apostará por una mayor flexibilidad en las formas y en el discurso. Curiosamente, el complejo mediático que ha acompañado al PP en los últimos años, y que exigió arbitrariamente a Rajoy que abandonara el liderazgo popular tras su derrota del pasado 9-M, está ahora reprochando a éste falta de imagen y de peso personal, supuestamente muy inferiores a los de otros líderes del partido. Y acusándole de organizar un congreso «poco o nada democrático». Una encuesta publicada ayer por El Mundo acreditaría que así piensa más de la mitad de los votantes populares y que el 75% de la militancia sería partidaria de celebrar elecciones primarias.

ANTONIO PAPELL
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Nada hay que objetar a la demanda bien intencionada de democracia interna en las organizaciones partidarias. Pero esta arremetida mediática contra Rajoy resulta sencillamente pintoresca si se piensa que estos medios y estos periodistas que ahora reclaman a Rajoy raudales de democracia interna son los mismos que aplaudieron a Aznar cuando, ungido por el hálito de la sabiduría suprema y después de un largo conciliábulo consigo mismo, señaló con el dedo a Rajoy para que fuese su epígono, ostentase la presidencia del partido y concurriese como candidato popular a las elecciones del 14-M, que dieron la victoria a Rodríguez Zapatero. Aquello sí debió ser un intenso ejercicio de democracia interna puesto que nadie, entre los ahora críticos, le reprochó a Aznar el recurso al dedazo para promover la circulación de elites en el partido. Es patente que Rajoy debería hacer oídos sordos a estos cínicos cantos de sirena, que en el fondo revelan la irritación de unos actores mediáticos que están perdiendo a ojos vista el ascendiente que tuvieron sobre el PP en la legislatura pasada, y cuyo influjo perturbador fue una de las causas de que el partido siga en la oposición. Efectivamente, Rajoy ha cometido un error al no auspiciar personalmente la existencia de otras candidaturas, lo que le hubiera proporcionado un plus de legitimidad en el caso, altamente probable, de que él mismo se hubiera impuesto finalmente a sus contendientes. Pero a estas alturas, la acusación de falta de democracia interna, y en boca de quienes la formulan, es simplemente delirante. El acierto de Rajoy consiste en aceptar las recomendaciones de moderación que están explícitas en el discurso de Alberto Ruiz-Gallardón y que le han reportado un apoyo popular incontestable, no sólo entre sus propios correligionarios y votantes sino también entre sus adversarios políticos.

Todo indica que la opinión pública espera que el PP encuentre una ubicación pacífica y tranquila, en la que, manteniendo todos sus principios, haga gala de transigencia y flexibilidad. Si Rajoy consigue impulsar esta mudanza, no sólo se habrá afirmado personalmente sino que habrá impreso al PP el marchamo de una modernidad que deje atrás los legajos polvorientos de algunos anacronismos ya insostenibles.