CALLE PORVERA

Celebrar la desgracia ajena

Lo primero que tengo que decir es que me gusta el fútbol, aunque a veces no crea adecuado el bombo y platillo que se le da. Me gusta ver un partido con una cervecita y unas pipas, saber cómo va el equipo de mi ciudad y cuál va a ser el fichaje estrella de la temporada. El domingo escuché por la radio los últimos minutos del Xerez y los del Cádiz. Mentiría si dijera que tuve el corazón dividido, pero de ahí a que me alegre por la desgracia de los vecinos hay un trecho.

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La pena es que la mayoría de las veces -me refiero tanto a los amarillos como a los azulinos- los que se merecen el descenso de categoría son los directivos y no los jugadores o la afición. Poder mirar por encima del hombro al eterno rival durante los próximos meses va a dar mucho que hablar y muchas pintadas que borrar en las paredes de las dos ciudades.

Aunque, en un primer momento, cualquiera puede pensar que lo ocurrido la tarde del domingo sirve para resarcir a los jerezanos de la antológica derrota en Chapín de hace unos años frente al Cádiz, que es justicia poética o venganza directa, lo cierto es que tanto en lo deportivo como en lo económico a la provincia le viene fatal que un equipo como el gadita descienda a Segunda B. Entre otras cosas, no volveremos a disfrutar de otro emocionante Xerez-Cádiz hasta, al menos, un año; muchos jugadores amarillos tendrán que marcharse o resignarse a la batalla contra el Antequera, el Roquetas o la Balona -con el consiguiente retroceso en sus carreras deportivas- y los hoteles de cierta categoría verán mermados los ingresos derivados del fútbol. En realidad, xerecistas y cadistas deberíamos lamentar el descenso y no -como están haciendo muchos- celebrar más la derrota ajena que la victoria propia.