Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
El autor con su libro. / C. O.
MANUEL RAMÍREZ HISTORIADOR E INVESTIGADOR

«El mito se olvida de que eran crueles y sanguinarios»

Manuel Ramírez apunta, de entrada, a los cimientos del tópico: «Jerez siempre ha mirado al mar. Desde tiempos inmemoriales». El autor de Historias de piratas, corsarios y otras ratas del mar en Xerez y la Bahía de Cádiz (Editorial AE) relata en su exhaustivo monográfico cómo algunos ilustres paisanos «dispusieron de sus propias flotas para comerciar con otros pueblos, con otras culturas, o simplemente pertenecieron a la tripulación. Muchos fueron marinos que, por su propia cuenta, bajo la bandera de la armada española o de cualquier gerifalte, factor o caballero, vivieron al son que marcaron los vientos, mareas galernas y demás eventualidades propias de mares y océanos».

DANIEL PÉREZ
| Actualizado:

Los hubo soldados, navegantes, aventureros, corsarios e incluso piratas, que buscaron de esta manera su medio de vida «y acabaron encontrando la muerte». El libro, que combina el rigor histórico con un rico anecdotario, presenta el mundo de la rapiña marítima como claramente vinculado al alcohol, a los amores y rencores, justas, litigios y pregones, pero su autor no deja de recordar que la inmensa mayoría de los piratas «eran criminales, a los que la leyenda ha desprovisto de su condición de asesinos impenitentes». «El mito se olvida de que eran crueles y sanguinarios», apunta Ramírez, que ha invertido seis años de trabajo en su estudio.

En esta larga labor de investigación, el historiador se ha topado con «un dédalo de combinaciones y alianzas extrañas, curiosidades y tramas dignas de película». Algunos de estos bucaneros sobresalientes fueron Gonzalo Pérez Gallegos, Pedro de Vera, Fernando de Padilla o Pedro de Vargas, que llegaron a la piratería por los caminos más diversos, tras lances de honor o enfrentamientos políticos.

«De Padilla tuvo una discusión con un acompañante del Duque de Medinacelli. Se sintió herido en su orgullo, así que luego, en el viaje a Madrid, lo buscó y le ajustó las cuentas. Después, ya fuera de la ley, huyó de España y, tras hacerse con un barco en Messina, se dedicó a la piratería».

De noble a pirata

Un personaje que «tampoco tiene desperdicio» fue Gonzalo Pérez de Gallego. En uno de sus viajes por la costa africana, mantuvo un desencuentro con tres reyes moros, y los retó a un enfrentamiento para limpiar su honor. Carlos V, al tener noticia del suceso, le impidió, como noble de la corte, que se presentara, así que los monarcas de Axila «fueron presumiendo de su hazaña y acusando a Pérez de Gallego de ser un cobarde». El español, ni corto ni perezoso, vuelve a Axila y mata, uno a uno, a sus tres enemigos. Ya proscrito por su Rey, monta una flotilla de naos, galeras y calaveras que anclaba en El Portal «y se busca la vida como pirata».

Más allá del universo de misterio y acción que envuelve a estos ladrones del mar; más allá de la enorme capacidad de evocación que tiene, por ejemplo, la palabra tesoro, «lo cierto es que muchos de estos personajes eran sólo hombres de cualquier condición social, capaces de llegar al crimen para conseguir sus deseos».