
Zaragoza se moja
La Exposición Universal 2008 combina el afán divulgativo de la defensa del agua con el entretenimiento de un parque de atracciones
| Actualizado: GuardarUna exposición universal participa del carácter lúdico de un parque de atracciones y del lado mercantilista de una feria de turismo. Oscila entre Port Aventura y un museo para ir con los niños. Zaragoza se queda en exposición internacional, y quizá por eso ayer todavía permanecían cerrados los pabellones de China y Marruecos. Estados Unidos, Reino Unido y Canadá ni vendrán. El centenar de países restante abrió sus puertas a una ordenada y curiosa multitud. No hubo avalanchas ni colas sin fin. Era el Día Nacional de México, y los mariachis cantaban a la Pilarica. El presidente de México, Felipe Calderón, se cruzaba con el de Portugal, Aníbal Cavaco Silva. El president de la Generalitat, José Montilla, visitaba por cortesía el pabellón español.
La capital aragonesa será hasta el 14 de septiembre un destino turístico obligado si no se quiere quedar mal ante la inevitable pregunta: ¿Ya has estado en la Expo? 2.500 millones de euros, el doble del presupuesto inicialmente previsto, han transformado el meandro de Ranillas en una ciudad futurista programada para la divulgación y la fiesta. Un recinto abarcable que conduce al agotamiento si se quiere exprimir el día visitando todo. El lema de la muestra, Agua y desarrollo sostenible, condiciona los contenidos. Los espectáculos audiovisuales son la atracción estrella, con proyecciones espectaculares que introducen al espectador en la pantalla.
Colas inaugurales
Una Expo consagrada al agua... y apenas hay fuentes para beber. Al menos, el tórrido verano maño se verá aliviado por las múltiples oportunidades de mojarse a lo largo del recinto. Aquí el agua se toca. Y hay sombra, no como en la isla de la Cartuja de Sevilla 92 y el Forum barcelonés. El goce sensorial hay que descubrirlo pateándose a fondo esta ONU de bolsillo. Así, el Pabellón de Aragón deslumbra de noche. El edificio de Olano y Mendo simula una cesta de mimbre de 25 metros de altura con frutas glaseadas iluminadas en su azotea. Pero su interior decepciona: un bar-restaurante y una tienda con productos de la tierra. La magia se alberga en el sótano: un bellísimo laberinto de imágenes y música a cargo de Carlos Saura, que ayer provocaba el llanto a una emocionada baturra.
Las colas del primer día apuntaban por dónde irán las preferencias de los 3,6 millones de visitantes que dejarán 30 euros por cabeza y día en taquilla. El Pabellón de España atesora paneles y paneles sobre los ciclos del agua, a la manera de un museo de la ciencia. A las decenas de personas que guardaban su turno no sólo les movía el orgullo patriótico. Los arquitectos lo señalan como el edificio más conseguido de la Expo. Su autor, el navarro Patxi Mangado, iba en coche cuando se detuvo junto a una chopera en Toulouse. Y soñó con un templo de columnas de terracota que consiguen el fresco microclima de un bosque. Materiales modestos en una apuesta por la sostenibilidad de aires zen. «Y por 18 millones de euros, a precio de oficina corrientita», recuerda Mangado.
Más frío dejaba al personal el Guggenheim de la Expo: el Pabellón Puente de Zaha Hadid, que ayer visitó por segunda vez su obra. La arquitecta de origen iraquí que reinventará la península de Zorrozaurre en Bilbao ha fundido el esqueleto de una ballena con una nave de Star Trek. «Bah, no está mal», concedía un padre de familia, desconocedor del titánico esfuerzo que ha supuesto suspender sobre el Ebro las 6.000 toneladas de acero, con pilotes que se hunden a 80 metros de profundidad; cada vez que soplaba el cierzo los obreros paraban. El Pabellón Puente tiene un ratio de desviación presupuestaria 3, lo que significa que su coste triplicó lo previsto. «Es una obra de arte -alaban desde la organización-. El único problema es que Hadid no pensó que había que construirlo».
Para los niños
La Expo está muy pensada para los más pequeños, a quienes parece dirigida la mascota Fluvi. El Acuario es casi siempre la primera parada de la ruta. El caramelo infantil con eternas colas. El tanque de agua dulce más grande de Europa está rodeado de agua por todas partes, incluso por el techo, desde el que cae una cascada que envuelve sus perfiles de glaciar. 5.000 ejemplares de 300 especies pululan en 3 millones de litros de agua. El itinerario por los diferentes ecosistemas lleva una hora y va de las riberas del Nilo a los arrozales de Camboya. A ver cuándo ha visto el Ebro cocodrilos.
El Acuario y la cabalgata del Circo del Sol, que todos los días saludará a mediodía, ganaban ayer por goleada entre las preferencias del público. Alguno se acordaba del nuevo faro de Zaragoza, la Torre del Agua, que resulta visible desde las autopistas en obras que rodean la ciudad. Un reto de ingeniería hueco en su interior, que recurre a la idea que Frank Lloyd Wright inauguró en el Guggenheim de Nueva York de pasear por una rampa para contemplar una exposición. Acoge la escultura más impactante de la Expo, Splash, una enorme gota de agua desintegrándose.
Construcciones emblemáticas aparte, la idea es que en el meandro de Ranillas siempre pasen cosas. Diferentes escenarios deparan pausas en la visita; tan pronto cantan unos joteros como aparecen títeres. Todas las noches habrá conciertos: hoy mismo canta Gilberto Gil en sustitución de Ennio Morricone y el Orfeón Donostiarra, a los que la huelga de transportes frustró la visita. Si una multitud se agolpa ante un pabellón, no falla: allí hay algo más que folletos y dioramas. La sala de cine en 3-D de Kuwait, con forma de gota de agua, palidece ante el apabullante montaje de los alemanes. Nada menos que una suerte de casa encantada acuática, con 26 barcos que recorren el ciclo hídrico en una relajante experiencia.
La directora Gracia Querejeta, que rueda un spot para la Expo, husmeaba ayer entre los abalorios del stand egipcio y apostaba por atracciones menos concurridas. Como el pabellón Acciona, con una sala habitada por esferas que recuerda a La naranja mecánica. O la poética instalación de los austríacos, con una moqueta blanca que cruje al pisarla como la nieve recién caída. Una ciclópea bola pisapapeles permite a las parejas bailar y flotar entre copos. De fondo, música de Mahler. Esto es Centroeuropa.
La Expo Zaragoza se mueve así entre el espectáculo gritón y el lirismo escondido, unas veces el agua gotea y otras salpica. Sus visitantes demostraban ayer preferir el guiño artístico a las presuntas emociones fuertes. La instalación Agua Extrema prometía sumergir al espectador en un tsunami, agua, viento y terremoto incluidos. «Un engañaniños. ¿A partir de qué día se mueve el suelo», preguntaban con sorna local.