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TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

Y Bibiana mató a Manolete

Un simple vocativo -«miembros y miembras»- pusieron en la picota esta semana a la ministra Bibiana Aido. Ni Alfonso Guerra en sus mejores tiempos concitó la inquina reconcentrada de propios y extraños, de la sociedad mediática, de la clase política y de los chistosos oficiales y oficiosos. Quizá lo que haya molestado no es tanto que la ministra le de patadas al diccionario sino que se haya atrevido a usar en vano la palabra «miembro» en un país machista-leninista a machamartillo, que todavía vuele a falocracia en cualquier empresa o en cualquier caso de violencia de género.

JUAN JOSÉ TÉLLEZ
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Ni la huelga de camioneros, ni la crisis económica. Lo más preocupante de este país, si se le echa un vistazo a los teletipos de los últimos días, es que una ministra haya feminizado un palabro. Menudo favor le ha hecho a La Moncloa: la gaditana, que ayer sábado cumplió dos meses, esto es, ni siquiera cien días al frente del ministerio, tendría que haber medido su comparecencia en sede parlamentaria, porque corría el riesgo de que la llamasen inculta algunos de los que le quitaron hierro a que, en la misma Cámara, Antonio Hernández Mancha, que fuera presidente de Alianza Popular, atribuyera a San Juan de la Cruz aquellos célebres versos de Santa Teresa que rezan, y nunca mejor dicho, lo de «muero porque no muero, pues tan alta vida espero que vivo sin vivir en mi». Cuando Federico Trillo, en ese mismo foro, soltó lo de «manda huevos», nadie puso en duda por tal ocurrencia su valía política. Bibiana Aido, simplemente, metió una gamba. Esto es, ni mató a Manolete, ni inventó a los GAL ni engañó a sus señorías con la especie de que el 11-M fue una conjura islamico-etarra. Ni siquiera emuló a Mariano Rajoy cuando ocupaba el ministerio del Interior y, en plena crisis del Prestige auguró que la marea negra no iba a llegar a las Rías Bajas.

A ella, le tenía ganas buena parte de la derecha española, por varios motivos. Entre ellas, su pedigrí socialista desde la cuna y el hecho de ser titular de un ministerio, el de Igualdad, que no gusta ni chispa en las filas populares, que como se recordará, no votaron la Ley de lo mismo que tendrá que desarrollar ahora dicho departamento. A los conservadores le ha venido de perlas este mínimo error suyo en el contexto de una intervención de dos horas, cargada de datos y de compromisos: de hecho, también la han usado esta semana como un muñeco del pim-pam-pum para echar tierra al propio guirigay interno del partido de las gaviotas. Algo había que hacer cuando los sondeos del CIS saludaban con un 75 por ciento de votos favorables la iniciativa de ZP de crear este ministerio ex novo, que ella y su equipo han tenido que levantar de la nada en el tiempo récord de un par de meses.

Al menos, su partido, habitualmente cainita, le apoyó en su paso por el valle de las sombras. Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, desembarcó en Madrid para presentarla en el foro económico para hablar de políticas de igualdad ante 500 personas con mando en plaza. Lo curioso es que su brillante intervención apenas trascendiera a las gacetillas del día siguiente, cuando ella está convencida de que la igualdad, al final del camino, llegará por puro interés económico: una mujer conciliada produce más y genera mayores beneficios, así de fácil. Más allá del cainismo de «al suelo que vienen los nuestros», de puertas adentro pesó más la simpatía que la descalificación pura y dura. Tambien fuera, cuando ONG de hombres y mujeres por la igualdad la apoyaron plentamente. Bibiana Aido no debería olvidar nunca que un fracaso suyo haría fracasar en parte la causa de la mujer en este país, pero las mujeres deberían tener en cuenta justo lo contrario, que el fracaso de ella y de su ministerio supondría un duro golpe para el horizonte de aquellos que nos creemos la Constitución y que entendemos que deben suprimirse todas las diferencias, entre ellas las de género.

Parte de Andalucía se ha sumado al coro de reproches exponenciales por lo de las miembras, como ya ocurriese con Carmen Romero con lo de las jovenas, que también derramó ríos de tinta pero que terminó amortizando el paso del tiempo. Pero, ¿no es demasiado sospechoso que, salvando a Fernando Morán en otro tiempo, los mayores chistes sobre políticos giren en torno a andaluces como Carmen Calvo, Magdalena Álvarez o Miguel Angel Moratinos, que a fin de cuentas se presenta por Córdoba?

Algunos de los grandes popes de los medios de comunicación la enfilaron, en gran medida, desde un primer momento y ahora la ponen a parir de un burro por el teléfono para hombres, cuando un par de días antes las mismas tribunas mediáticas habían saludado positivamente una medida similar puesta en marcha en Noruega. ¿Lo que vale en los países nórdicos no sirve en el profundo sur, acaso?

Bibiana quizá se equivocó a la hora de explicar en demasía lo de «miembros y miembras». Pero finalmente hizo lo que tenía que hacer: replicar a sus críticos con un paquete de planes que aprobó el Consejo de Ministros el viernes y que incluyen subvenciones que garanticen la asistencia social integral de las mujeres víctimas de violencia de género, así como a las Pymes, para el desarrollo de planes de igualdad. Otra cosa sería crear una comisión paritaria con la Real Academia de la Lengua para revisar el lenguaje sexista, que tampoco tiene nada que ver con el respeto a la filología española que tanto preocupa a los grandes comunicadores de nuestros días.