Atunes
La mar en Cádiz, agua que resplandece bajo el sol, ambiente pesquero de barcos pequeños y corazones grandes. Estamos en Callejeros, el programa de reportajes de Cuatro, que este viernes reponía materiales. Hay unos cuantos barcos dispuestos en círculo imperfecto, cerrando un breve espacio de mar. Desde cada uno de ellos se sujeta el correspondiente extremo de una única y ancha red. Atrapados en la red, decenas de peces aletean, excitados ante la perspectiva de la muerte. Las barcazas aproximan sus cascos; el espacio de mar se achica. Es la almadraba, un arte de pesca que estas gentes practican desde antes de los romanos.
| Actualizado: GuardarA bordo, decenas de pescadores izan simultáneamente las redes. Sobre la superficie del agua comienzan a aparecer los prisioneros: voladores, melbas, caballas, atunes... Son los atunes lo que de verdad interesa. En ese lance llega el momento cumbre: una escuadra de hombres salta al agua desde los barcos; sustentados por las redes, caminan ágilmente hacia las piezas.
La escena tiene algo de gimnástico o quizá, más bien, de paisaje bélico antiguo: una cohorte de torsos masculinos desnudos, los músculos en tensión, la piel tostada sumergida en el agua ya roja de sangre, entre los chapoteos agonizantes de los peces. Armados con rudos garfios, esos tritones enganchan a los atunes por las agallas y los remolcan hasta las barcas; alguno, estimulado por la cámara, se luce: agonal, engancha dos atunes, uno con cada brazo, y mira sonriente a la cámara buscando el aplauso (el reportero, que entiende el juego, se apresura a alabar la hazaña).
Griterío de hombres, chapoteo desesperado de animales, voces de estímulo de los reporteros. Algún pescador, apenas subrepticiamente, aprovecha la confusión para coger un pez y guardarlo para sí: teóricamente no es lícito, pero todo el mundo lo ha visto y todo el mundo lo consiente; también la cámara, que ha filmado el hurto y ahora recibe la sonrisa -una sonrisa bruta, primaria- del furtivo. Mientras tanto, los atunes empiezan a pagar su tributo: son grandes, relucientes, y miran con ojos de serenidad fatal. No todos morirán, sin embargo: algunos son desechados y lanzados a mar abierto. Una señora, con inconfundible jerga administrativa, explica a la cámara que los atunes más jóvenes, que aún pueden vivir más ciclos reproductivos, son devueltos al agua «como ustedes mismos acaban de presenciar».
Esta es una historia de todos los días, de todos los años, de todos los siglos. Pero Callejeros la ha convertido en un reportaje épico. El gran acierto de Callejeros consiste en esto: ser capaz de encontrar historias interesantes en cualquier rincón de la vida cotidiana y hacerlas imagen con una gran fuerza visual. Excelente programa.