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Melancolía y optimismo
David Berman saca más brillo que nunca a los arreglos de las canciones del nuevo disco de Silver Jews
| Actualizado: GuardarEn principio, Silver Jews nació como una banda eventual paralela sin pretensiones de extender su acción más allá del local de ensayo -la prueba está en Dime Map of the Reef y The Arizona Record, dos eps que contienen grabaciones de sonido pésimo de aquel primer periodo-, pero el trabajo en Pavement por parte de dos de sus componentes y el posterior éxito de éstos en la esfera independiente fue bifurcando las carreras de ambos grupos hasta convertirlas en parcelas de identidades claramente diferenciadas.
Stephen Malkmus y Pavement hicieron historia y su trascendencia puede que sea conocida por muchos, pero David Berman, quien ha mantenido el nombre y permanecido al frente de Silver Jews hasta hoy, ha subsistido agazapado en un injusto segundo plano. Quizá el carácter indeciso de Berman, su inestabilidad anímica provocada por una vida irregular en la que no han faltado los excesos, unido a una perentoria necesidad de utilizar la creación artística como vehículo expiatorio, han dado pie a una indisposición constante, un rastreo hacia un lugar inescrutable en el que la búsqueda de un estilo propio no ha sido el pmordial objetivo. Berman, que ha confesado haber hecho muchas cosas que no quería hacer, ha preferido ajustarse a lenguajes de uso común, como el country y el folk, para expresar sus vicisitudes interiores y situarlas en el entorno al que pertenece. Quizá haya sido ese realismo íntimo de doble filo que huye del artificio y desecha la innovación la causa que ha impedido hacer despegar la carrera de Silver Jews con propiedad. Sin embargo, discos como American Water (1998) y Bright Flight (2001) contienen momentos dolorosos pero de indudable belleza que deberían haber gozado de mayor repercusión.
No es hasta Tanglewood Numbers (2006) cuando Berman recapitula haciendo examen de conciencia y acomodando sus composiciones a un entorno musical más fraterno y optimista sin inquietarse porque éste pueda resultar más convencional que de costumbre. En el nuevo álbum, Lookout Mountain, Lookout Sea (Drag City-Pop Stock!, 2008), se mantiene esa predisposición moral positiva en los arreglos, que suenan más perfeccionistas y brillantes que nunca. Así, el apoyo de segundas voces en ciertos interludios (Strange Victory Strange Defeat) y los golosos coros que acompañan a algunas de las canciones (Suffering Jukebox, Open Field) enaltecen la atmósfera festiva de un disco que también cuenta con sus momentos de melancolía e hiriente sarcasmo (Candy Jail, We Could Be Looking For The Same Thing) en la línea de otros afligidos cronistas de su tiempo como Leonard Cohen y Lou Reed (el parecido con el neoyorquino en San Francisco B.C. es más que evidente), sin que por ello haya que desestimar una obra que, para su infravalorado autor, huele a definitiva.