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Crisis

JOSÉ RODRÍGUEZ-PLOCIA
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omo animal social siento preocupación, intranquilidad, desasosiego, inquietud, angustia, malestar, ansiedad incluso... Acaso, en una leve templanza, por despejarme, me he planteado una cuestión que se remonta a Graham Bell, ¿cómo no se nos había ocurrido antes lo del teléfono de marras...? Pero esta luminosa idea queda en anécdota por culpa de la jodida desaceleración, a la que la respuesta más inteligente que ha sabido dar nuestro presidente se compendia en el gaditanismo «yo no ha hecho». Otros presidentes en otras geografías tampoco han hecho, pasa que se preocuparon de tomar oportunamente las medidas y levantaron a tiempo el pie del desacelerador, mientras aquí, en lo demostrado hasta hoy, hemos estado a verlas venir y al déjalo estar que de situaciones peores se ha salido (mire usted por donde para esto nos viene fenomenal la memoria histórica). Sólo faltaba el desacelerón de envergadura que se ha dado esta última semana... Quién nos iba a decir allá por marzo que íbamos a llegar a donde estamos (las promesas también han tomado su valor histórico). El calado de la situación es de tal magnitud que, llevados al desengaño, pocos son ya los que confían en las aptitudes de quienes tienen que arreglar esto, y la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares con los métodos acostumbrados tiene una definición: crisis. A estas alturas, el escepticismo nos embarga, y rezar no es solución aplicable a una sociedad laica que evidencia con números su realidad... Por abundar en la crisis, por caber crisis, cabe hasta la crisis de fe. Personalmente la gasté en Málaga encomendándole que nos salvara a Jesús el Rico, y no se si al Rico Pérez (por la connotación Hércules) le van las salvaciones profanas... Tres puntos de veintiuno, ¿cabe mayor desaceleración ? una bastinaza (y encima no tenemos ni el teléfono del cadista cabreao).