Una historia de dificultades
La construcción europea se ha modelado en los últimos años a base de sonados rechazos a las sucesivas reformas de las instituciones comunitarias
| Actualizado:La historia se repite, pero las connotaciones actuales son más frustrantes. En 2005, los franceses rechazaron en referéndum el proyecto de Constitución europea, y poco después lo hicieron los holandeses. Nada obligaba a Jacques Chirac a convocar una consulta sobre un tema tan complicado. Sin embargo, lo hizo porque creía que, con ello, dividiría a los socialistas -algo que consiguió- y porque necesitaba nuevos mensajes para que, en la conmemoración de sus diez años en el Elíseo, no todo fueran críticas a su gestión. No acertó.
París no tiene el mismo peso que Amsterdam en la UE. Si sólo los holandeses hubieran dicho que 'no' al nuevo Tratado en 2005, habría sido posible algún género de arreglo -como en su día se hizo con Dinamarca y Maastricht, o con Irlanda y el Tratado de Niza, dos rechazos sonados de sendos socios menores de la UE a dos proyectos legislativos básicos de la Europa comunitaria- para reconducir la situación sin mayores quebrantos. Pero que una pieza clave de la construcción europea, como Francia, rechazara el proyecto de Constitución, fue la excusa perfecta para que estados miembros a los que aquel Tratado planteaba problemas impusieran una moratoria en sus respectivos procesos de ratificación, parlamentaria o por referéndum. Sucedió así en ocho de los entonces veinticinco socios de la Unión: Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa y Suecia.
Pérdida irrecuperable
De modo que la Constitución entró en pérdida irrecuperable. Los estados se dieron un plazo para coger un poco de respiro. La recomposición de posiciones vino en 2007, con Nicolas Sarkozy y Angela Merkel de la mano, proponiendo el primero un 'minitratado' y la segunda logrando que lo esencial de la Constitución quedara comprendido en él.
La versión consolidada del nuevo derecho primario de la UE, comprendido en ella el nuevo Tratado de Lisboa -el que ayer rechazaron los irlandeses- ocupa 388 páginas del diario Oficial de la UE -número C 115 del pasado 9 de mayo-, de modo que hace falta un cierto ejercicio de síntesis intelectual para calificar semejante mamotreto de 'minitratado'. Aunque ya decía Bismarck que «la política es el arte de lo posible».
El acuerdo sobre el nuevo texto se obtuvo en Bruselas, en junio de 2007, después de una dramática negociación en la que la Polonia de los hermanos Kaczinski exhibió los peores modos que se recuerdan en la Europa comunitaria, desde los inicios de su andadura, en 1957. Ha sido, por lo tanto, un proceso largo, muy complicado desde el punto de vista político y jurídico. Y los irlandeses, al final, han dicho que no se sienten identificados con él.