PRECIOSA. Molía lleva toda la vida en la iglesia de San Lucas entre devotos y cofrades.
Jerez

Dueñas perpetuas del templo

Una de las estampas más singulares de San Lucas son sus gatas negras que ya forman parte de la fisonomía de la histórica iglesia

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Después de quince años no se entiende ya a la iglesia de San Lucas sin su gata paseándose por los escalones del altar. Y son tres generaciones de felinos en San Lucas, siendo parte casi de la fisonomía de un templo que desde hace más de seis siglos está en pie. Entre los viejos estilos mudéjares, tapados tras la reforma del XVIII con un barroco suntuoso, las gatas se han considerado desde hace más de quince años parte de la vida interna de la iglesia y de la propia hermandad de Las Tres Caídas.

Todo comenzó cuando muy un mayordomo de la cofradía veía demasiados ratones danzar a sus anchas por las dependencias de la hermandad y el atrio de la iglesia. La solución estaba clara: tener un felino que equilibrara la alta población de roedores, y, si es preciso, la erradique. Así entró la primera de ellas en la iglesia. «Se llamaba Frisky. Ella fue la primera de la dinastía. Y desde entonces, se sigue con esta tradición que es bonita y que muchos desconocen» comenta Esteban Benítez, mayordomo de la cofradía.

Frisky llevó una plácida vida entre altares barrocos y capillas que narran la historia de Jerez. Como descendencia dejó a Molía, otra gata negra muy clásica de la hermandad. «Siempre tendremos hembras con el fin de que nos dejen descendencia. La otra cualidad necesaria es que sea negra, por razones obvias. Somos cofradía de negro y nuestra túnica es negra», subraya el mayordomo.

La Molía ya no está para muchos trotes. «Ha parido varias veces. Sus gatitos han nacido bajo el manto de la Virgen de Guadalupe o en el de Los Dolores. Es muy Mariana ella», nos aclara Esteban mientras provoca el ronroneo de la gata que se roza entre sus manos.

La hija

Molía ya tiene sustituta. Hace unos cuatro meses tuvo una preciosa gatita negra a la que la hermandad ha bautizado como Lola. A ella le tocará a partir de ahora ser la vigilante perpetua de tan preciada iglesia. Son ellas las únicas a las que se les tiene permitido trastear por los altares y retablos cuando se celebra cualquier misa o la hermandad tiene cultos de importancia. Sus finas patas se deslizan entre las calles del retablo. Sin duda, son las que mejor conocen los secretos de San Lucas, además de tener firme a los ratones.