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EUROCOPA 2008

Croacia diluye la potencia alemana (2-1)

Apeló más a la inteligencia que al músculo para ganar con justicia a un gigante predecible y lastimero

J. M. CORTIZAS
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No hicieron falta recorridos maratonianos, ni dosis extremas de sufrimiento. Al contrario. Pese a lo que había avanzado la víspera el técnico balcánico, Slaven Bilic, cuando dijo que cada uno de sus jugadores debería hacer «doce kilómetros» para asegurar la integridad del bloque contra el gigante teutón, su Croacia, ese equipo talentoso a lomos de la anarquía, diluyó la potencia alemana con más materia gris que músculo. Supieron los líderes del grupo B jugarle en todo momento a la siempre favorita Alemania, que tiene en las últimas Eurocopas su caballo de batalla. Predecible y lastimero, el conjunto organizado por Joachim Löw pencó un examen cuya materia debía conocer al dedillo.

Croacia se despojó de los tics de mojigatería con que arrancó en la cita continental. Rechazó el trato de usted y tuteó a los germanos desde el pitido inicial. Tanto que acabó por convertirse en el dominador del encuentro tras los primeros 'rounds' del consabido estudio del oponente. Los balcánicos lo tuvieron claro siempre. Su organización defensiva estranguló a su oponente hasta límites insospechados. Con cantidades industriales de fútbol en las botas de sus hombres, el combinado teutón olvidó el libro de estilo en el vestuario. Tanto que sus posesiones no superaban los quince o veinte segundos. Combinaciones cortas de las bandas al centro de la zaga y adiós muy buenas. Cuando el esférico debía sortear las líneas enemigas, acababa invariablemente cautivo de la otra tropa. Y ésta sí sabía qué hacer con lo que antes era cuero y ahora es un producto surgido de las probetas.

Mario Gómez resultó una fallida apuesta ofensiva. El delantero de sangre latina matrimonió con el fuera de juego. Por contra, Croacia trataba el balón con exquisitez. Su orden en la línea de contención se transformó una y otra vez en osadía para buscar ventajas en carrera y usurpar el espacio. Modric, que lleva camino de confirmar los halagos que precedieron su llegada a la Eurocopa, tenía en su mano un timón siempre bien sujeto y orientado. Lo mismo surtía pases que descongestionaba el juego cuando Alemania amagaba -no pasaba de ello- con causar un problema mayor. Era el termómetro del equipo y su medición siempre fue correcta.

Participó en el primer gol aunque no firmara su conversión ni la asistencia. Fue una labor coral. Un rondo con el balón avanzando y retrocediendo hasta dar con el espacio para que Pranjic pusiera la bola en los pies de Srna. Se plasmaba la sorpresa en Klagenfurt para regocijo de la masa rojiblanca.

La estocada le dolió a los germanos. Tanto que les paralizó. Fue como si evitaran la posibilidad de sufrir otra ración de castigo, olvidando que para ello lo único viable era adelantar líneas, aclarar ideas y hacerse con el mando del partido, lo que nunca tuvieron. La variable Podolski-Klose ofrecía un encefalograma plano y sólo Ballack en un lejano golpe franco y dos rechaces posteriores activó la sudoración del meta Pletikosa. Su colega Lehmann evitó antes del descanso el segundo tanto al detener una volea a bocajarro de Kranjcar tras una galopada por la banda de Corluka.

En la reanudación, más de lo mismo. Alemania quiso y no pudo y Croacia alimentó su sueño con un segundo tanto, de nuevo precedido de cinco toques antes de un envío al palo y el posterior rechace rapiñado por Olic. Sublime trato al balón. Con el agua al cuello, los teutones buscaron el doble o nada y sólo maquillaron el repaso recibido. El tanto de Podolski no conllevó efecto balsámico. Mientras los de Bilic se sabían héroes, el combinado albinegro clavaba la mirada en el suelo porque no podrá fallar ante Austria y aún así, lo más probable es que se cruce en la siguiente criba con Portugal.