La huelga
El de huelga es un derecho que asiste a cualquier trabajador. Perfecto. Lo malo es cuando se abusa del mismo y, sobre todo, cuando colisiona con los de otras personas, incluidas muchas que nada tienen que ver con la lucha en cuestión. Y algo así es lo que está sucediendo estos días con las movilizaciones de los transportistas en todo el país, con episodios teñidos de sangre incluidos.
Actualizado: GuardarPrimero. Igual que los huelguistas exigen que se respete su derecho a dejar de trabajar para reivindicar así unas mejoras, cabe exigirles a ellos que respeten a quienes no quieren secundarles. Y eso es lo que en demasiadas ocasiones no sucede. Los medios de comunicación no cesan de mostrarnos desde el pasado fin de semana imágenes que así lo atestiguan, con piquetes que amedrentan, coaccionan y hasta amenazan a quienes, en el ejercicio de su libertad, optan por tratar de seguir ejerciendo su trabajo.
Segundo. Saben que su paro hace daño y se aprovechan de ello para presionar al Gobierno, esperando que ceda y adopte medidas que, en este caso, vayan encaminadas a un abaratamiento del precio del combustible. Pero su postura hace daño a todos, desde el primero hasta el último de los españoles, y no sólo a los políticos que mandan. Eso, guste o no, no deja de ser otra forma de coacción. Se saben fuertes y no parecen dispuestos a recular en su postura.
Tercero. Dejo conscientemente para el final el punto que hace referencia al principal motivo de los transportistas para secundar la huelga: el mencionado de la subida del precio del combustible. No para de aumentar y los presagios apuntan a que continuará haciéndolo considerablemente durante un tiempo, todo ello en una época de crisis económica generalizada, que, dicho sea de paso, no ayuda. Tienen razón, pero eso no les da carta blanca para abusar de su derecho a la huelga. La están perdiendo con las formas.