Selección
Por una vez, y sin que sirva de precedente, tuve la ocurrencia de ver el partido -no hay que precisar que hablo del España-Rusia- en compañía, espacio público y ambiente casi exclusivamente masculino. Uno constata que el aficionado, por lo general, prescinde de juicios sobre la realización, el tratamiento de la imagen y, en fin, el aspecto visual. Muy mal tiene que hacerlo un realizador para llamar la atención del público; en el fútbol, por lo general, basta enchufar la cámara en el campo y seguir el balón para que el espectador quede satisfecho. Así, por ejemplo, apenas nadie protestó cuando Rusia lanzó una peligrosa falta sobre la portería española y el realizador, insensible, se marchó a una cámara aérea que perdía de vista el balón. Por el contrario, los comentarios de la gente sobre los locutores son numerosísimos y, además, rara vez piadosos.
Actualizado: GuardarAyer tenía Cuatro en posición de micrófono asesor a José Antonio Camacho, el ex seleccionador, que es hombre muy apreciado por el público, pero cuyo estilo como comentarista no termina de gustar al aficionado. ¿Por qué? Por su verbo excesivamente rústico. Por decirlo con las palabras que empleó uno de mis compañeros de esa tarde: «A este hombre le das el micrófono, y lo planta y le echa abono». En efecto. «Ie, ie, ie», enjuiciaba Camacho cuando algún ruso se pasaba de viril. «A ver, a ver, a ver», ponderaba el técnico si acaecía una ocasión de gol. La repetición sistemática de monosílabos y bisílabos, con abundantes onomatopeyas, transmitía una impresión demasiado vulgar, como de berza y cebolla. Y luego, además, estaban las tautologías que Camacho proclamaba como verdad apodíctica; así, tras el segundo gol de Villa: «Esto sólo lo pueden hacer los jugadores que tienen capacidad para ello».
Sírvase usted reflexionar sobre la frase y calibre su vacuidad. Conste que el juicio de aquel parroquiano -ese que decía lo del micrófono y el abono- no era del todo justo: Camacho, por ejemplo, supo explicar muy bien dónde estaba el fallo de la defensa rusa; lo vio desde el principio y el espectador pudo comprobar que tenía razón. Pero una cosa es tener razón y otra es parecer razonable.