La sociedad española cambia sin cesar
La sociedad española ha llegado a un punto de crisis profunda, autocomplaciente, descuidada y propicia a dejarse enredar en el cultivo de sus pequeñas diferencias. El liderato de Rodríguez Zapatero no pasa por divisar una grandeza vivida en común más allá del particularismo sino en una exacerbación oblicua de las fuerzas particularistas. La sociedad española actual fue configurada por un mínimo de cinco elementos: alta presencia de mujeres en la población activa, de forma significativa a partir de la década de los sesenta; un crecimiento demográfico sustancial con 18 millones a principios del siglo XX y ahora más de 45; España es una sociedad urbana y desruralizada con no más de un 5% dedicado a la agricultura; hoy es una economía de servicios; es país receptor de inmigrantes después de haber sido país de origen. Según el barómetro del CIS, el paro y la economía son la máxima preocupación de los españoles. Vitaminar la vida pública requiere de la participación de muchos y del protagonismo natural de las clases medias. Pero quizás la clase media esté entrando en crisis. Su aportación fiscal es extenuante. El ascensor social introduce pérdidas de identificación y elementos de desarraigo aunque los efectos positivos de la prosperidad dominan el panorama, o lo dominaban hasta la llegada de la crisis económica.
Actualizado: GuardarPara España, no ha habido mejor garante de la estabilidad política y económica que la clase media, sustrato fundamental para el paso de la dictadura a la democracia. Una clase media que no ve seguro el trabajo de sus hijos entra en una fase dramática de incertidumbre. El Estado de bienestar que fue el logro de la Europa de postguerra renquea según el diagnóstico general. Hay datos para sostener que los excesos de asistencialidad fomentan el inmovilismo. Incluso la socialdemocracia sueca sabe que, de ofrecer según cuales prestaciones por desempleo, hay quien prefiere no buscar trabajo aunque lo tenga a dos pasos. Se tratará de reformar el Estado de bienestar con criterios de pragmatismo.
Lo cierto es que al crecimiento económico español le fallan las tasas de crecimiento de la productividad. El despliegue de la economía del conocimiento es todavía lento y de baja intensidad. Una desaceleración con paro en aumento tendría un efecto saturador de los mercados laborales por fuerza incidente en el nivel de nueva conflictividad social.
Las reacciones de rechazo y exclusión comienzan por aquellas zonas en las que está superado el umbral de receptividad y asimilación. Ahí se visualiza de forma más rápida y espectacular el choque. Una sociedad adherida con tanta celeridad a los hábitos de consumo padecerá una desaceleración de forma llamativa. Con todo, el mayor problema para la competitividad de la economía española es el envejecimiento de la población, con factores como tasas de natalidad que incluso están por debajo de la media de Europa. El envejecimiento afecta al sistema de pensiones, a la sostenibilidad de la salud pública, la necesidad e mano de obra inmigrante y a la competitividad, entre otras cosas. Al mismo tiempo ha aumentado la esperanza de vida, sobre todo entre las mujeres. El efecto causado es el envejecimiento de la población y no se prevén cambios a la alza, salvo un incremento de natalidad derivado de la afluencia inmigratoria. En consecuencia, la tasa de dependencia empeorará. Vivimos más años y tenemos menos hijos: como toda Europa, España envejece. Aún tardaremos en comprender lo que todo eso significa.