África
Tengo una amiga, Kadhija, que vive desde hace más de un año en Camerún. Llegó allí de forma un tanto casual, sin saber muy bien qué se iba a encontrar en ese pequeño trozo de África y llena de temores. Trabaja a destajo en la embajada española para que nuestras culturas se hermanen y más de un cuadro flamenco jerezano ha emprendido el vuelo a tierras camerunenses para lograr este objetivo. Cuenta, a través de sus numerosos correos electrónicos, lo hermoso que es el paisaje por aquellos lares, lo simpáticos que son sus vecinos y lo mucho que está aprendiendo de la vida allí, donde menos tienen. Conoce a la perfección los síntomas de la malaria y ha visto en primera persona que puede llegar a ocasionar la falta de medicamentos tan básicos como el paracetamol en determinadas zonas. Insiste sin cesar en que allí siempre hay historias que merecen ser contadas. Historias que merecen ser recordadas, pero que lamentablemente para Occidente no son noticiables.
Actualizado:Por eso, desde la última charla que tuve con ella, me he estado fijando en lo ocupados que estamos en mirarnos nuestro propio ombligo, sumergido en una crisis económica que afecta sólo a la clase obrera, porque los ricos siguen comprando sus coches de lujo y construyendo sus macro viviendas. Miramos las noticias de los informativos pero cambiamos de canal o dejamos de observar la televisión en el momento en el que ponen un video donde nos recuerdan que en África siguen muriendo a diario miles de personas de hambre o sida y que las guerras entre tribus aún existen. En esos momentos pienso en amigos como Marcos, que lo dejaron todo para ir allí a ayudar a los demás, y siento como si mi conciencia me recordara que lo que a ellos les sucede también es culpa mía. CALLE PORVERA