Viaje por el 'no' irlandés a la UE
Una variada mezcla de intereses, en la que dominan la pérdida de poder y el retroceso democrático, apunta con claridad al rechazo en referéndum del Tratado de Lisboa
Actualizado: GuardarSi los sondeos aciertan, los irlandeses dirán 'no' el jueves en el referéndum de ratificación del Tratado de Lisboa. Para conocer las razones de este posible rechazo, un punto de partida es Killaloe, una bella localidad atravesada por el río Shannon, en cuya parte más alta estuvo el palacio de Kincora, desde donde se extendió el poder de Brian Ború, quien, en la frontera de los siglos X y XI, batalló contra vikingos que gobernaban partes de la isla.
Allí, Noreen Reid y Kaye Carroll llevan la oficina turística, que incluye una exposición sobre las andanzas del gran personaje del viejo reino de Thomond. Reid votará 'no'. «Es mejor dejar las cosas como están», dice. «Bruselas está cogiendo demasiado poder. La UE podrá cambiar nuestro impuesto de sociedades y eso nos perjudicaría. E Irlanda perderá su comisario permanente». Carroll no lo tiene claro. «Aún no he tomado una decisión, porque el debate me parece muy confuso. Me gustaría leer el tratado», explica. Pero, ¿leería un texto de cientos de páginas con artículos escritos en lenguaje legal? «Me gustaría leer una versión reducida», responde sonriendo.
Irlanda es más próspera tras dos décadas de crecimiento económico, que ha recibido el sobrenombre de 'tigre céltico'. En el trayecto entre Killaloe y Limerick hay signos visibles de la nueva prosperidad, como los imponentes automóviles con los que las madres esperan a sus hijos al terminar la jornada escolar.
Carteles
En Limerick, las banderas del equipo de rugby local, Munster, que ha ganado recientemente la Copa europea, son más prominentes que los carteles sobre el referéndum. Pero sería falsa la impresión de que el tratado es algo que sólo ocupa a los políticos. Todas las personas abordadas en este viaje entablaron la conversación sin reserva, genuinamente interesadas en las cuestiones que plantea sobre Irlanda y la UE. En un bello mercado remozado, Ernest O'Keeffe y Peter Quinn conversan, mientras fuman un cigarrillo, en la puerta de la tienda de jardinería que regenta el primero. O'Keeffe va a votar que 'no' por varios motivos, pero el primero que menciona es la política de reducción de emisiones de CO2 que contempla el tratado, que causaría un gran daño económico a Irlanda, según su criterio. Y también la pérdida de vigencia de la Constitución irlandesa: «Si se aprueba el tratado, ya no habrá más referendos, ni tendremos posibilidades de veto».
Lo que está ocurriendo, según O'Keeffe, es que «crece el poder de los grandes países, como Francia y Alemania, y se actúa como cuando un cuerpo humano está enfermo: se amputa un miembro. Irlanda y los pequeños países son los miembros de la UE y ahora se les sacrifica». El escepticismo de Quinn es igualmente intenso: «La UE está recortando paulatinamente nuestros derechos individuales. Se está dando más y más poder para Bruselas y menos a los individuos. Europa y Estados Unidos se están convirtiendo en estados policiales. Con el tratado, ya ni tienen que consultarnos».
La república irlandesa tiene una tradición de referendos sobre cuestiones que afectan a su Constitución de 1937. Se han celebrado desde entonces 32 consultas sobre enmiendas constitucionales y muchos sienten que esta puede ser la última si gana el sí. Quinn dice que los irlandeses tienen ahora la responsabilidad de salvaguardar los derechos democráticos de todos los europeos. Uno de los promotores más singulares del voto negativo es un multimillonario hombre de negocios Declan Ganley que, desde su base en Tuam, coordina la campaña de la organización por él creada, Libertas. En el trayecto hacia Tuam, un placentero desvío lleva a la región de Connemara.
Apenas hay carteles de campaña en Clifden, pero, en el escaparate de una tienda de remedios naturales y productos orgánicos, hay uno que dice: «Protege tus derechos. ¿Vota no!». Terri Conroy atiende el mostrador y explica que la razón de ese llamamiento es, en parte el tratado, pero sobre todo que ahora se discute en la Comisión una propuesta que obligaría a pagar 30.000 euros por el registro de hierbas medicinales y eso arruinaría a las pequeñas empresas.
En el camino hacia Moyne Park, la imponente mansión de Ganley en las afueras de Tuam, la casa de apuestas más próxima, Celtic Bookmakers, ofrece momios que pronostican el 'sí'. Por un euro, el apostador ganaría veinte céntimos si vence el 'sí' y 33 si lo hace el 'no'.
Pero la dependienta, Sonya O'Gara, votará que 'no'. «No tengo nada contra los eslovacos o los polacos, pero vienen aquí, se quedan con nuestros puestos de trabajo por menos sueldo y se llevan el dinero a sus países. Cuando los irlandeses emigraron a América se quedaban allí». Ganley no está en la mansión porque viaja ahora por todo el país en un lujoso convoy electoral. Esta noche habla en Castlebar, donde nadie le preguntará por la acusación de algún periódico de que su campaña es financiada por la CIA. Empresario precoz, amasó su primera fortuna en Rusia y Letonia y ahora tiene un gran contrato de suministro con el Ejército de Estados Unidos.
En el hotel Welcome Inn de Castlebar, donde unas treinta personas ocupan un salón preparado para acoger a trescientas, Ganley empieza su discurso preguntando a quienes están en pie, en la parte trasera, si le oyen bien. «Oímos muy bien tu acento inglés», replica un hombre mayor de apariencia abandonada.
Tras explicar que nació en Londres de padres irlandeses y que no quiere que sus hijos hablen con un acento como el suyo, porque tengan que marcharse de Irlanda, el singular promotor del 'no' comienza un alarde retórico, que, durante hora y media, repasará con erudición las facetas del Tratado de la UE, cuya versión condensada, 380 páginas, se distribuye gratuitamente a los asistentes, junto a ejemplares de la revista mensual católica 'Alive'.
Ganley dice que comenzó a leer las propuestas constitucionales de la Unión como un hombre de negocios en busca de oportunidades y culminó la lectura «sintiendo la preocupación de un padre de cuatro hijos por la dirección que toma la UE, quitando poder a la gente para dárselo a Bruselas». «Es el comunismo», interrumpe el hombre de la parte de atrás. Glaney no es euroescéptico. «Europa es al menos el proceso de paz con más éxito en el mundo», dice. Y también que el 'no' es un voto proeuropeo y que le gustaría votar 'sí' a una propuesta mejor.