tal como somos
Actualizado: Guardaro hay mejor manera de medir el estado de mediocridad en el que estamos enfrascados que observar cuanta miseria sigue generando a diario el fútbol. Mi admirado Maestro liendre se pondría las botas con su particular visión -atinada mezcla de realismo y pesimismo de cuanto nos rodea- apuntando a un deporte que cada vez lo es menos para convertirse en un pozo donde van a parar cuantos delitos y faltas forjan nuestra existencia. Del caso más mediático, un guaperas portugués encumbrado a crack y al que se intenta fichar por una cifra que supondría un tremendo alivio para las economías de muchos países africanos asolados por el hambre, al más repugnante de ver como un futbolista del Cádiz (de nulo rendimiento deportivo) es apartado del equipo por un caso de violencia doméstica. Y, por medio, esa sensación de que el fútbol nos idiotiza hasta tal extremo que nos preocupa infinitamente más la suerte que pueda correr nuestro equipo que la nuestra, la de los que nos rodean o la del planeta. Esa rabia que nos invade al ver cómo la cultura y el buen gusto han perdido la guerra frente al ruido y el tufo que origina una generación que ha convertido las calles en cloacas se ha trasladado a los estadios. Los recintos deportivos han dado paso a parcelas acotadas para el insulto y el trapicheo, dando lo mismo que el truhán vaya en camiseta de tirantas o de chaqueta y corbata. Un desfile de todos los arquetipos que asolan nuestra sociedad: políticos chupando cámara, cámaras chupando famosillos, personajes venidos a menos intentando recuperar su grandeza perdida, peleles ejerciendo de periodistas y -lo que es peor para una ciudad que tiene cada vez menos recursos a los que agarrarse- un club que vive posiblemente sus horas más bajas después de la peor temporada que uno alcanza a recordar; a riesgo de que nos tilden de anticadistas por contar con pelos y señales semejante bochorno.