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DUENDE. Chano Lobato, un maestro sobre las tablas. / ANTONIO VÁZQUEZ
CRÍTICA

Reunión de arte y sabiduría

ANTONIO CONDE
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Se presentó la octava edición de la Reunión de Cante de los Cádiz y los puertos y, para ello, se erigió como escena el amplio y moderno Teatro Pedro Muñoz Seca de la localidad portuense. La sabia elección de los artistas invitados y una desmedida receptividad del público asistente dio sabor andaluz al evento. Como se suele decir, ni un alfiler cabía en el patio de butacas que supo conceder los trofeos pertinentes a cada uno de los que desfilaban por el escenario, otorgando sino la oreja, el premio sonoro de sus palmas en el ejercicio de cada cante.

Los tesoros heredados de la tierra, de las generaciones pasadas dieron muestras de estar presente en los profundos ecos de algunas de las leyendas vivas que se sucedieron y compartieron las sillas que daban color flamenco al escenario. La apertura de la gala que dio comienzo puntualmente, la llevó a cabo una portuense de pro, muy agradecida por su presencia allí, Aroa Cala. Salió para comerse el mundo con una ronda de martinetes, en una voz limpia y potente que se escuchó en los aledaños del teatro. Recital de tangos, soleares y bulerías, estas con un sello jerezano inconfundible: la querida y añorada Paquera nos visitó en forma de bulería. Antonio Gallardo escribió allá por el 1958 la letra Maldigo tus ojos verdes en unos tientos que la jerezana supo convertir en un hit de las radios nacionales y ahora la fiel seguidora del puerto los enclava en la amalgama, aprovechando su despedida para regalarnos un fandango. Igualmente de la tierra, Manuel de los Ríos, de estirpe flamenca, si bien es sobrino del genial y personalísimo Alonso Nuñez Rancapino, da la vez y se templa con una soleá, taranta y bulería. El remate por fandangos parece agradar y repite el argumento de su predecesora obteniendo el premio de los presentes. La joven guitarra del jerezano Isaac Moreno, fue la encargada de aromatizar los cantes de los primeros en expresarse en el Muñoz Seca. Si ganas había de escuchar cante, más aún de presenciar una de las leyendas del cante flamenco. A sus 80 años el gaditano Juan Ramírez Sarabia, demostró que está hecho de una pasta especial, cual torero en la plaza, dio su paseillo inicial, y éste emocionó solo con su entrada. Le acompañaba Fernardo Moreno, e hijo, quienes imprimieron a su toque personalidad y compás, respectivamente. El gran Chano Lobato, con su delicada pero desgarradora voz, abrió con tangos y soleá, para agraciarnos con bulerías y tanguillos sin los modernos artificios del micro, que reclamaron los aplausos pasionales del patio de butacas. Patadita incluida y despedida a hombros y por la puerta grande, para el flamenco de Cádiz.

Tras un breve descanso Nazaret Cala, con Fernando Moreno de escolta, se acordó del Negro del Puerto con el Romance de la Monja. Gracías a la labor del flamencólogo Suárez Ávila, que estuvo por allí, se tienen las grabaciones en voz propia del Negro que se encargara de rescatar el portuense para los anales de la historia. Magnífica sobre las tablas se mostró segura y con ganas de ofrecer su conocimiento, que no es poco, se enfrascó en bulerías por soleá y alegrías. La estocada final, se esgrimió en la jondura voz de un jerezano. Patriarca de una larga herencia cantaora, bronce de la plazuela, como lo describe el compañero Castaño, el metal de éste es lo más parecido a trasladarnos a los cantes que se engendraron en los tabancos y las ventas de Jerez allá por mediados del siglo pasado y rememorar los estilos de vida de nuestros ancestros jondos.