Las razones de la leyenda
José Tomás se enfrentó al toro y al viento y salió victorioso: su faena, a la altura de la tauromaquia de Manolete, acerca aún más al torero al mito
Actualizado: GuardarJosé Tomás es desde el jueves un torero legendario, con todo lo que de verdad y mentira tienen las leyendas. La primera de sus dos faenas en Madrid fue premiada con notoria largueza. Dos orejas en Las Ventas se reservan por tradición para faenas rematadas a modo con la espada y no fue el caso. Mal perfilado y sorprendido a mitad de embroque, José Tomás salió atropellado. Hay una espeluznante fotografía que inmortaliza el momento y es ejemplo no de cómo debe matarse un toro sino todo lo contrario. Tampoco el remate de la segunda faena fue mayor maravilla, pero las dos orejas estaban justificadas de pleno. Por la calidad de toreo antiguo de alta escuela, o por el derroche de talento y valor, o por la entrega y la rara personalidad de quien firmó la obra. De todas las faenas de José Tomás premiadas con las dos orejas en Madrid, que han sido cuatro o cinco, ésta habrá sido seguramente la de mayor madurez: al calco la idea y la imagen de la tauromaquia de Manolete, tan leyenda, pero en interpretación personal, delante de un bravo toro de formidable armadura y, sobre todo, en una tarde de incomodísimo viento. El viento fue una de las razones mayores de la faena. Descubría la figura, revolaba una muleta de pequeñas dimensiones, sembraba la incertidumbre. Fue noble el toro de esa pelea, pero la imperturbable apuesta de José Tomás al arrostrar sin el menor pestañeo los golpes de viento le dio a los primeros compases de faena el aura que ya no iba a dejar de iluminar al torero. Las verónicas de un quite de impecable clasicismo, los ceñidísimos estatuarios de la apertura de faena, la justeza de casi todos los embroques, lo afilado del toro, la firmeza insuperable del torero de Galapagar: todo eso se tradujo en un clima de apoteosis.
Desatada la euforia, la de Madrid puede ser la plaza más fácil del mundo, cuentan los toreros. Y al revés. Las voces sueltas o en coro que en las gradas o tendidos de Las Ventas tantas y tantas veces revientan a los toreros mayores se mantuvieron en este día en casi absoluta mudez. Privilegio de los toreros que en el México taurino se llaman consentidos. Con olés se subrayaron a partir de cierto punto todos los embroques y muletazos, al margen de la calidad, el registro o la finura de cada uno de ellos. Ni el ritmo ni el orden ni el sitio de la faena fueron constantes. El respaldo del público, sí. Constancia rampante, explosiva, volcánica. La primera de las dos faenas fue en el fondo más técnica que de expresión. La segunda lo reunió casi todo: técnica, expresión y valor. Y la entrega sin reservas. De todas las tardes que José Tomás lleva toreadas desde su reaparición de ahora hace un año, una treintena, ésta fue, casi con seguridad, la de mayor darse. Pecó incluso por exceso con el capote, que maneja con especial maestría, y no fue para nada con la capa uno de sus grandes días. Y faltó también prodigarse y afinar con la mano izquierda, que es su mano mejor.
Daba lo mismo: todo estuvo devorado por la espuma desbordada del acontecimiento. Los dos compañeros de cartel fueron meros comparsas. Resultó incluso favorable la circunstancia de tener que torear José Tomás tercero y quinto de corrida, por ser testigo de una confirmación de alternativa. La inhibición manifiesta del primer espada, Javier Conde, y la inmadurez de la que confirmaba la alternativa sirvieron de contraste perfecto. Si en vez de cuatro orejas hubieran sido tres, como era de ley, el rebote de la apoteosis en los medios habría sido mucho menor o no tan desmedido. Pero las orejas se contabilizan como goles y por números. Llegan a la inmensa mayoría. Lo tapan todo. Cuatro era el número redondo y el máximo. Se había pronosticado que este era el día perfecto para que se concediera un rabo en Madrid. No llegó a tanto. Se anduvo rozando. El efecto multiplicador se produjo de inmediato. La imagen de José Tomás, cuidadosamente manejada y visualizada en una atípica campaña de imagen que lo ha convertido en personaje invisible, ha venido a instalarse en el imaginario colectivo como la del torero mejor de la historia. Sin que se conozca la historia en realidad. Ni siquiera el personaje ni su trasfondo. En la proclamación masiva de José Tomás , traducida en portadas de periódicos y boletines de radio y televisión, va implícita una vieja idea española y tan de toros: ¿contra quién van esas palmas?
No sólo eso, naturalmente. Mu-chísimo más. Por el propio torero van las palmas y los loores, porque es torero grande. No el único, sin embargo, como pretende el mensaje subliminal o no tan subliminal que lo ubica en galaxias inaccesibles. La hipérbole y la retórica de la literatura taurina han hecho a chorro libre el gasto hasta agotarse la saliva.
Excesos ajenos al término medio, como es propio del género en fechas de fasto. La historia del toreo está poblada de todo eso. No se ha roto ningún molde. Aunque pueda parecer lo contrario.