VUELTA DE HOJA

Los que estuvieron allí

Quienes estaban en Las Ventas el día en el que José Tomás la puso boca abajo tienen asegurada la conversación para el resto de sus días. Este muchacho no es que sea un samurai, como se dice: es un arcángel venido de otro planeta que oculta las alas y las pliega bajo el traje de luces. Tampoco es cierto que busque la muerte, que tanto contribuye a los romances y a la paginación del Cossío. «Yo estuve allí», dirán los que sean viejos dentro de muchos años. Y se hará el silencio.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Aumentará el número de los que allí estuvieron. Pasa siempre. Yo fui espectador del Bernabéu cuando el gol de cabeza de Marcelino.

También cuando don José Ortega dio una conferencia, a su regreso del tétrico exilio, pero me perdí el regreso a Madrid de José Tomás. Tengo que conformarme con leer a mis dilectos amigos Javier Villán y Andrés Amorós y pienso darles la lata cuando los vea.

«¿Cuenta, cuenta!», les diré. Y me volveré todo oídos, como Dumbo o como cuando Agustín de Foxá me contó la faena de Manolete al Pinto Barreiro y se puso de rodillas en el tendido, con los brazos en cruz, y mirando al cielo dijo: «Señor, no nos lo merecemos».

Lo que ocurrirá, sin duda, es que se atribuirán su condición de espectadores muchos que no vieron el espectáculo. Cuando terminó la terrible Guerra Civil había en cada ciudad española muchos miles de camisas viejas que aseguraban que habían sido íntimos amigos de José Antonio Primo de Rivera. También habrían alardeado de su amistad con el general Miaja o con Prieto, si el desenlace hubiese sido inverso. «Hay gente pa tó», que dijo otro torero. Sobre todo para auxiliar al vencedor y para presumir de testigo. ¿Cómo lamento no haber estado allí el día de las cuatro orejas! En cambio estuve, con José Luis Garci, el día que José Tomás se negó a matar un toro.

Quizá lo hizo para demostrar que también él es humano.