RECUERDOS. Don Manuel Agarrado y Doña Andrea Lobato en una antigua foto hallada por el autor.
Jerez

Los Agarrado: raigambre jerezana

Rafael Lorente repasa desde esta semana en LA VOZ la vida de las familias más conocidas de Jerez

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De honda tradición jerezana: armadores de pesca, agricultores, ganaderos y joyeros de postín, pero sobre todo trabajadores por antonomasia, los Agarrado son una familia de gran raigambre en nuestra ciudad. Debido al amplio abanico profesional de sus miembros, este apellido goza de prestigio en Jerez y la comarca y son múltiples sus relaciones en todos los niveles sociales.

A diferencia de otras familias y apellidos jerezanos a los que el paso del tiempo ha vencido y depauperado incomprensiblemente, los Agarrado en sus ya tres generaciones descendientes del recordado Don José Agarrado o su hermano Don Manuel, es una familia que ha experimentado una prestigiosa escalada de profesionales que ya destacan en los ámbitos de la medicina, del derecho, de la economía, la arquitectura, la farmacología, etc.

Hombres y mujeres de bien, de notable humanidad, integridad y discreción pero sobre todo, gente afable y con sentido del humor. Amigos de sus amigos, son amantes de nuestras tradiciones y fiestas por lo que extienden sus gustos y aficiones a los toros, al caballo, al flamenco y por ende a otras artes de las que gozan dada su sensibilidad.

De costumbres sencillas y amantes de la familia, los Agarrado siempre fueron gente cercana, próxima al pueblo, al campo, al mar, a la caza, etc. contándose entre sus numerosos miembros a verdaderos aficionados con conocimientos en estas artes.

En la rama de la joyería y las antigüedades, (para las que se requiere un fino olfato) fue uno de sus miembros, Don Manuel Agarrado, quien mantuvo abierto al público un comercio en la calle Honda número 19, la que durante casi un siglo fue un referente en Jerez por la calidad de las piezas que dicha tienda exhibía y comercializaba y cuya procedencia era la capital de España en la que dos veces al año, su propietario permanecía 15 días durante los meses de las subastas. Esta cualificación de joyero de prestigio permitió relacionarse con las grandes firmas y familias vinateras del Marco que adquirieron en la Joyería Agarrado importantes piezas de colección, así como en bandejería y trofeos de plata y oro para los premios que otorgaban a los diferentes eventos deportivos y cinegéticos que se celebraban en Jerez. Tales fueron hermosas copas y trofeos para el tiro de pichón, para las carreras de caballos, los concursos equinos, los de enganches, las competiciones de polo y otras patrocinaciones.

Con Lola Flores

Debido al bien ganado prestigio, su relación se extendió con artistas de primera fila entre los que se encontraba la genial jerezana Lola Flores.

Cada vez que Lola venía a Jerez visitaba la casa que Don Manuel Agarrado y Doña Andrea tenían en la calle Honda encima de la joyería. Antes de venir para dar alguna de sus galas en el Villamarta, Lola avisaba a Doña Andrea a la que, además de comunicarle su llegada, le pedía que le hiciera una berza gitana.

En cierta ocasión, procedente de la capital hispalense donde había sido invitada a cenar en casa de unos marqueses, tras los postres y aludiendo cansancio, Lola se vino para Jerez donde como de costumbre tenía hecha su reserva en el Hotel Los Cisnes. Previo aviso a la casa de Don Manuel Agarrado, a la mañana siguiente, ya hervía la berza en la cocina de Doña Andrea.

A medio día, el comedor de los Agarrado en la calle Honda era un jaspe. A la mesa Victoriana de caoba de tres cuerpos la cubría una hermosa mantelería de hilo crudo bordada a mano, sobre la que había sido ordenada con rigor la cubertería neoclásica de plata orlando a la fina vajilla de Limoges. Circundada por bodegones de Camacho, paisajes Holandeses y hasta un Lucas Jordano; vitrinas y hornacinas de plata reluciente resplandecían por los destellos de la araña de cristal de La Granja que colgada del artesonado iluminaba la estancia.

Mientras la berza acababa de trabarse, la tata freía en abundante aceite pijotas blancas de la bahía, salmonetitos y acedías medianas de Sanlucar que eran las que les gustaban a Lola y que habían llegado vivas aquella misma mañana procedentes de los barcos de Don José Agarrado.

Cuando Lola irrumpió en el comedor y vió la mesa con las fuentes repletas dijo: «esto sí que es una mesa bien puesta, y una fritá de pescado en condiciones. ¿¿Qué arte hay en Jerez!! Igualito que anoche en Sevilla, que la señora marquesa puso para cenar huevos fritos con papas; pero un huevo frito pelao y mondao, ni más ni menos, ni menos ni más. ¿¿Qué poca vergüenza, ponerle a una artista como yo un huevo frito para cenar!!».

Después de hacerle honores a aquel exquisito surtido de pescado, dio también buena cuenta de la berza y de la pringá. Para el postre, Doña Andrea apareció con una fuente de tocino de cielo de La Esperanza, dulce preferido de Lola del que presumía allá donde iba porque era el postre de su tierra.

Después, en la sobremesa, felicitó a la anfitriona por tan opíparo almuerzo y entre cafés y pitillos, se habló de Jerez y de los jerezanos, del mundo del arte, de los dineros, etc.

Ya próxima la hora de los ensayos en Villamarta, antes de irse, le dijo Lola Flores a la anfitriona: «Andrea hija, ¿ha sobrado berza?». A lo que Doña Andrea respondió: «más de media olla». «¿Por qué no me llevas luego una poquita al Villamarta?». «Lo que tú quieras Lola, pero: ¿con lo que has comido hoy?...». (A Doña Andrea le preocupaba que Lola comiera más berza porque a la artista le esperaban nada más y nada menos que dos funciones). «Tú me llevas una poquita, que cuando termine la primera función me va a sentar muy bien un platito de berza calentita». «Bueno, no te preocupes que yo te la llevo», respondió Doña Andrea.

Por la noche, antes de que finalizara la primera función, ya iba Doña Andrea acompañada de su hija Rosario calle Honda abajo con un canastito con la berza caliente camino del Villamarta. Antes pasaron por la panadería de Los Pérez en la calle Arcos en donde a esa hora ya estaba saliendo la primera hornada. Así que, con el cundi de pan blanco caliente y la berza todavía humeante entraron en el Villamarta por la puerta de «los artistas» en la calle Medina. A su paso, madre e hija iban perfumando de berza y pan caliente los corredores del teatro.

Con las puertas de par en par, el camerino de Lola se encontraba repleto de aduladores, toda aquella clase seudo-aristocrática que por aquellas calendas gustaba de figurar. Apenas Lola vio a Doña Andrea y a su hija, las cogió por las muñecas y dirigiéndose a los allí presente comentó: «señores, me vais a perdonar pero me encuentro muy cansada y todavía me tengo que arreglar para la segunda función». Sin soltar las muñecas de la señora de Agarrado y de su hija, Lola despidió a aquella pléyade mientras que quedamente decía: «ustedes dos quedaros aquí conmigo». Apenas estuvieron solas, Lola abrió el canasto y a sopones de pan blanco acabó rebañando el fondo de la cacerola. «Lola, por Dios», exclamaba Doña Andrea, «que no te van a entrar los trajes, además, con lo que tienes que bailar, cantar, declamar, etc...». «No te preocupes que ahora cuando yo salga, pego dos saltos y todo esto (señalando a su barriga) se me va a los pies de momento».

Y así ocurrió, apenas salió con la bata de cola blanca abanicándose y recorrió el escenario, fue suficiente para que la gente cautivada por la fuerza arrolladora de su arte se pusiera de pie. Aquel día cosechó un éxito clamoroso. Al finalizar la función, por los pasillos camino de su camerino, con un guiño le dijo a Doña Andrea y a su hija: «tu berza hija, tu berza».