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En su sano juicio

La Justicia en España sufre trastornos de todas clases, pero los más graves son los mentales. Quienes han hecho la muy respetable carrera de jueces y quienes han cursado la despiadada carrera de políticos le están pidiendo a la presidenta del Tribunal Constitucional que explique lo inexplicable. Hace falta ser un dialéctico excepcional para justificar, si se llega tarde a casa, una mancha de carmín en los calzoncillos, pero no requiere menores aptitudes convencer a todos de que es normal, desde su alto cargo, asesorar a una amiga acusada supuestamente de cargarse a su marido.

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-¿Qué podemos pensar de la Justicia con mayúscula?

Hay preguntas de muy difícil respuesta y otras ante las cuales lo mejor es quedarse en silencio, incluso cuando el interrogado es inocente. En la alta madrugada de Valparaíso, después de «conversarnos una botella», Pablo Neruda, que era tan buen bebedor como grandioso poeta, me decía, con aquella voz salmodiante y contrita: «Federico era mi hermano» y después de la pausa que ocupa un suspiro, añadía: «Me lo mataron». Después, continuaba. «Miguel era mi hijo». Suspiraba de nuevo y después añadía: «Me lo mataron».

No osaba yo interrumpir ni sus silencios. Después, mirándome a los ojos, me hizo la pregunta más difícil que me han hecho en mi larga vida:

-¿Qué se puede pensar de un país que mata a sus poetas?

Naturalmente, no dije nada, pero ahora me estoy preguntando qué se puede pensar de un país donde la Justicia funciona así. Depende del número de jueces llamados «progresistas» o bien denominados «conservadores» cambiar los platillos de la balanza por la vajilla y confundir la espada orinienta por la cuchara y el tenedor.

Podemos pensar que hay jueces que han perdido el juicio. Una buena disculpa.