Obama, el largo camino
En uno de mis primeros viajes a Estados Unidos, quise visitar Oxford, Mississippi, vinculada ya para siempre a mi venerado William Faulkner, quien había creado en su vasta obra de ficción el imaginario condado de Yoknapatawpha, basado en el condado de Lafayette, en el que -lo explica en Absalon, Absalon!- vivían exactamente 6.928 blancos y 9.313 negros. Para viajar a Oxford hay que volar a Memphis, Tennessee, la ciudad de Elvis Presley, y descubrir el gran río Mississippi, y emprender un corto viaje en coche por hermosos paisajes que en un tiempo fueron campos de algodón. En aquella región hermosa del Deep South -el Profundo Sur-, la cuestión racial ha estado trágicamente presente hasta hace poco. De hecho, yo guardo entre muchas imágenes dos imborrables recuerdos de aquella visita: la hermosa casa victoriana de madera de Faulkner en el fondo de un bosque de cuento de hadas, y el bucólico cementerio local, donde las tumbas de los blancos, esparcidas por una ondulada pradera, destacan por sus lápidas e inscripciones de las de los negros, alejadas de aquéllas y mucho más rústicas y humildes, anónimas en su mayor parte. El viajero se llena de estupor cuando conoce de primera mano que aquella discriminación no era un vestigio histórico: se practicaba todavía hasta los años sesenta del pasado siglo. Y sólo a partir de 1965, tres años después de la desaparición de Faulkner, la población negra de Estados Unidos consolidó en la práctica y definitivamente su derecho al voto. Apenas un siglo antes, en 1865, y después de una cruenta guerra civil, Estados Unidos proclamó la abolición de la esclavitud y la hizo efectiva a través de la XIII enmienda a su Constitución.
Actualizado: GuardarEsta mirada retrospectiva ubica mejor que cualquier otra consideración la trascendencia de que un ciudadano negro, hijo de un oriundo de Kenia y de una norteamericana de Kansas, se haya convertido en el primer candidato de color que uno de los grandes partidos de Estados Unidos presenta a las elecciones presidenciales. En un país tan tradicional y conservador que tampoco consintió jamás la candidatura de una mujer. Si Hillary Clinton acabase formando ticket con Obama, se habrían roto las dos grandes marginaciones sociales que aún pervivían en la sociedad americana.
Como era de esperar, el mensaje muy progresista de Obama, basado en una política exterior capaz de abrirse paso mediante la diplomacia y no por la fuerza y en la recuperación de un Estado que preste los servicios públicos esenciales, que trataba de seducir a la clientela demócrata, de centro izquierda, del propio partido, se moderará ahora, cuando el aspirante ha de dirigirse ya a toda la nación para imponerse a su adversario republicano McCain. De hecho, Obama ya ha tomado partido con extrema dureza en el conflicto del Próximo Oriente, consciente de que no es actualmente posible alcanzar la presidencia sin la aquiescencia del poderosísimo lobby judío. Pero esta constatación no resta importancia a la victoria de Obama, ni tampoco al hecho, bien significativo, de que los republicanos hayan optado esta vez por un candidato ubicado en el ala izquierda del partido, coincidente con los demócratas en muchos planteamientos y en las antípodas de Bush.
Sería poco realista establecer precipitadamente parangones entre la tibia socialdemocracia que postula Obama y la izquierda europea, entre otras razones porque en el Viejo Continente existe desde hace décadas un incontestado consenso socialdemócrata que sostiene el irrenunciable «estado de bienestar» que constituye nuestro instrumento de redistribución, una vez convencidos mayoritariamente de que la vía fiscal no es adecuada. Obama, como Bush, es o dice ser un ferviente creyente, y utiliza mensajes y conceptos trascendentes en su discurso. Y sin duda tendrá que luchar contra la tesis de que es un candidato bisoño y utópico, desconocedor de los recovecos de la administración y de los límites realistas de toda índole que frenan inevitablemente las iniciativas más audaces. En este sentido, la experiencia de Hillary y el arrojo de Obama podrían formar un tándem equilibrado.
En cualquier caso, el perfil de Obama, como el de quien le disputará en noviembre la Casa Blanca, choca brutalmente con el agotado y decadente presidente actual, que ha embarcado a su país y al mundo en una penosa aventura fundada en la mentira y en la violencia. La recuperación política y moral de la gran potencia a todos nos interesa. Y muy en especial, a quienes compartimos valores y creencias genuinos con ella.