Chikiadiós
Que sí, que se retira Chikilicuatre: apareció la otra noche en Buenafuente para contarnos la buena nueva y congregó a más de 800.000 personas. Rodolfo Chikilicuatre abandona su personalidad para que vuelva a aflorar el actor que había bajo el improvisado artista. Bueno: nada sería más atroz para el pobre actor que seguir atado a un personaje así para el resto de su vida. Aunque en este asunto hay tantas trampas que uno ya no sabe si estamos ante una retirada real o ante un nuevo truco de marketing. Pongamos que es verdad. Detrás queda uno de esos ejercicios de picaresca donde el ingenio y el abuso se mezclan de forma tan acertada que causa admiración.
Actualizado: Guardar¿Recordamos cómo empezó todo? Un aspirante al festival de Eurovisión aparece en escena respaldado por una enorme cobertura internauta; pese a su ausencia de calidad musical, queda proclamado por la televisión pública; luego se descubre que el aspirante ha sido puesto en órbita por un programa de una cadena privada; después, que el director de esa televisión pública ha sido jefe de la productora de aquel programa de la privada; el canal público y el privado se reparten los beneficios de una operación comercial de amplio alcance; en la promoción del invento no faltan los medios propios del Estado, incluido el Instituto Cervantes; la historia termina en un escenario de Belgrado, donde el artista cosecha un fracaso indiscutible.
Ahora el escenario se queda vacío, la espuma del acontecimiento se deshace, el artista se va, el eco del Chiki chiki se apaga y sólo se oye el inconfundible sonido de la máquina registradora: los promotores hacen caja. ¿Y a nosotros qué nos ha quedado? Seguramente, este verano, una buena porción de Chiki chikis en las discotecas de la costa y en las fiestas del pueblo. Después, nada. Los autores del bromazo, como el pícaro del XVII, contarán las monedas entre risotadas triunfales. Que les aproveche: en el timo clásico, tanta culpa tiene el timado como el timador. El festival de Eurovisión seguirá siendo lo que es: un cabaret de barrio. Y a usted, si se pone filosófico, le quedará el consuelo de reflexionar sobre el carácter brutalmente efímero del mundo de la tele. Adiós, Chikilicuatre.