
Vuelve la mejor de las finales Concepciones contrarias del baloncesto
Lakers y Celtics reviven a partir de esta madrugada sus históricos duelos de los ochenta por el anillo de campeones
Actualizado: GuardarEn el despacho neoyorquino de la NBA baten palmas con las orejas. Su comisionado, David Stern, judío listo que ha universalizado el producto, se viene centrando en invertir la curva descendente de las audiencias tras la segunda retirada de Michael Jordan (1998). El justo dominio deportivo de San Antonio durante la última década no concitaba avalanchas ante el televisor. Si por la patronal fuera, el título estadounidense trazaría una línea entre los dos mercados principales, Los Ángeles y Nueva York, desastroso en la gestión de sus Knicks. Ahora, si cualquier tiempo pasado fue mejor, a la NBA le ha salido el cruce soñado, el clásico Lakers-Celtics.
Veintiún años después de la última batalla, que ganaron los Lakers, ambos clubes vuelven para dirimir el anillo con un tipo longitudinal de Sant Boi entre los actores estelares. Los Celtics abandonan un túnel tan largo y oscuro como impropio de su grandeza. Durante dos décadas Boston ha sido un río subterráneo. Su rival, en cambio, ha llevado una transición tipo Guadiana con tramos invisibles y remansos al sol que le depararon tres títulos consecutivos entre 2000 y 2002.
Dos planificaciones
Ambos equipos han alcanzado el cruce definitivo de maneras divergentes. La final supone para los Celtics la culminación de un trabajo premeditado, una labor de despachos que comenzó el histórico Danny Ainge en el verano de 2007 con la obsesión de retornar a la final. Los Lakers han maniobrado hábilmente sobre la marcha con el 1 de febrero como fiesta de guardar. Ese día anunciaron el fichaje de Pau Gasol, al que rescataron de una depresión de caballo en la atonía de Memphis. Mitch Kupchak (general manager) proporcionaba a Phil Jackson el vértice que le faltaba para completar el triángulo con Kobe Bryant y Lamar Odom. El conjunto de Los Ángeles pasaba de mero aspirante a candidato firme para ganar la Liga. Kobe, que amenazó con forzar su marcha, jura ahora amorcito del bueno a la franquicia.
El estado anímico de Bryant antes de incorporar a Gasol era comparable al que ha padecido Paul Pierce, estrella de los verdes y robinson abandonado en la isla durante sus nueve años de excelente carrera individual. El alero que salvó la vida tras once puñaladas en el cuello hace ocho veranos parecía condenado a que la historia le recordase como un magnífico jugador más solo que la una. Pero la franquicia del trébol recobró su orgullo irlandés y realizó la operación más llamativa. Sencillamente contrató al extraordinario Kevin Garnett, sin retos ya en Minnessota, y acompañó el regalo con Ray Allen, un tirador soberbio que ha recuperado la puntería extraviada justo a tiempo, en la final del Este.
Quedaba la duda de si el experimento funcionaría, si la adición de una megaestrella (Garnett) y un gran jugador (Allen) al líder natural (Pierce) valdría para rememorar el glorioso pasado de los Celtics. Preguntárselo era razonable, después de ver que los injertos de los Lakers en la campaña 2003-04 habían podrido la fruta. En un intento megalómano de recuperar la corona que les había arrebatado San Antonio después de tres anillos consecutivos, el cuadro de Los Ángeles firmó al entonces ya acabado Gary Payton y al gran Karl Malone -traidor a una vida dedicada a los Jazz- para unirlos a Kobe Bryant y Shaquille O'Neal. Fracaso amarillo, que jugó mal al baloncesto y consecuentemente perdió.
Lakers, a los puntos
Por un vistazo estrictamente deportivo a las posibilidades de ambos para salir campeones queda la sensación de que el combate a los puntos se lo adjudicarían los Lakers. Si a un platillo de la balanza se suben las virtudes de cada cual parece muy probable que cuelgue más la mercancía angelina. Una serie a este nivel es como un libro voluminoso construido a base de misteriosos relatos independientes, o sea, cada uno de los partidos. Pero a fuerza de resumir, a los Celtics les acompañan el factor campo -engañoso en el formato 2-3-2- y la férrea defensa colectiva, mientras los Lakers presumen de contar con el mejor jugador del mundo (Kobe, que lo es), banquillo más determinante, mayor frescura física y diversificación del peligro en ataque.
Hay jugadores muy buenos, excelentes y sólo un trono, el mismo que dejó vacante Jordan hasta hallar, este año sí, al mejor Bryant. Los Lakers disponen del auténtico factor diferencial, un baloncestista sublime que al fin ha entendido el valor del conjunto sin renunciar a su intransferible veneno, la capacidad para solventar encuentros por sí solo. Además, Phil Jackson recurre a un cuarteto de reservas -Farmar, el tirador Vujacic, el inteligente Walton y Turiaf- superior al banquillo de los Celtics, dominado por los veteranos Cassell, Posey y Brown. En el punto medio de ese delicado equilibrio entre ataque y defensa debe andar la virtud,. Pero cada finalista estira la soga para un lado. Boston se ha mostrado durante la campaña como una máquina infernal y solidaria de mitad de pista para atrás, al toque de corneta que ha marcado Garnett, proclamado por la Liga como mejor defensor de la temporada. A su inclemencia tendrá que enfrentarse en bastantes duelos particulares de la serie Gasol, de quien se recuerda -aún imberbe- un mate en la cara del humillado Garnett tras un reverso por la línea de fondo que ya es el póster de muchos adolescentes.
Los Ángeles, que defiende con fiereza a ratos y otros olvida los deberes, vive de su facilidad para generar canastas a través del pase, de una circulación de la pelota que en las fases más inspiradas alcanza el rango de arte. Pero, si con todo esto, la final llega a la séptima entrega, el espíritu del Garden -actual TD Banknorth- susurrará la grandeza del trébol verde, la cabezonería del carácter irlandés, la historia de los viejos Celtics.