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El arte de tirar la toalla

Un extraordinario y más que inusual cruce de despachos de agencias americanas ayer tarde fue el escenario de lo que se interpretó unánimemente como la segura renuncia de Hillary Clinton a seguir en la carrera por la designación del partido demócrata como su candidata a la presidencia.

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Unas fuentes se citaban a otras y en apenas cinco minutos, Terry McAuliffe, el jefe indiscutido del equipo de campaña de la senadora lo desmintió con una rotundidad también inusual: la información es incorrecta al cien por cien.

Pero si se entiende que se atendía al arte de tirar la toalla, tal vez nadie miente del todo. Las afirmaciones de la renuncia, bien leídas, indicaban la disposición de Hillary a comunicar su decisión apenas concluida la jornada electoral en Montana y Dakota del Sur. Es decir, unirse al extendido criterio de que su contrincante, Barack Obama, tiene la elección prácticamente asegurada y es inútil seguir en la brecha.

Si tal es el caso, a la extendida crítica que se hace siempre a la senadora de perjudicar al partido con su conducta mientras el campo republicano se organiza tras su candidato único habrá que añadir un elogio porque, técnicamente, su decisión de seguir batallando en las primarias se basaba en argumentos no desdeñables.

El primero es la cuantía del voto popular, prácticamente idéntico hasta ayer, en torno a 17 millones de votantes para cada aspirante y el segundo su perfil de buena candidata frente a McCain. De hecho, hasta este momento si tanto ella como Obama ganan al senador McCain, ella lo hace un poco más holgadamente que Obama, según la media obtenida de los cinco últimos sondeos disponibles.

Ambos, por cierto, pueden batir al republicano por muy poco, según esas encuestas y por ello urge a los demócratas terminar la guerra sorda entre clintonianos y obamistas para reunificar filas y discurso, centrarse en el programa y saldar viejas querellas. Si Hillary se aviene a todo eso liquidará de un plumazo la imagen de mujer práctica y con pocos escrúpulos para la acción política que se le atribuye universalmente.