Los dientes larguísimos
CALLE PORVERA Estoy del peor humor, con malísimas malas pulgas, desde que me enteré de que el genial Tom Waits viene a dar tres conciertos en España por primera vez en su carrera. El acontecimiento, histórico para los que adoramos al californiano, a mí se me ha vuelto amargo como la hiel. Y es que ya me hubiera gustado gastarme 125 euros en la entrada y sumarle luego lo que me costara la estancia en el norte de España, pero a lo prohibitivo de la propuesta le tengo que añadir que no he podido engañar a nadie para que haga mi trabajo unos días y así yo pueda irme en pleno mes de julio.
Actualizado: GuardarNo les exagero si les digo que el lunes, cuando se ponían a la venta las entradas, casi podía visualizar el goteo de afortunados que retiraban las suyas mientras mi dolor de estómago se iba haciendo cada vez más intenso.
Todos los veranos me ocurre lo mismo, y a la par que leo con avidez las revistas y suplementos culturales en los que me informan puntualmente de la abultadísima agenda de conciertos, mi úlcera y mi frustración crecen y crecen porque siempre me coge en números rojos, sin haber previsto posibles cambios de días y con miles de kilómetros de por medio que dificultan que pueda darme el gustazo. Eso cuando no se me acumulan las ofertas, a diferencia del resto del año cuando encuentro pocas citas que me motiven.
Y siempre la misma historia... ¿por qué no bajan alguna vez de Madrid, es que alguien le ha dicho a los grupos y cantantes extranjeros que más al sur de Despeñaperros no nos gusta la música? Por eso, este año-y a la espera de ver qué se cuece en los festivales más tardíos del verano- me conformo con Bob Dylan, que aunque algo pasadito de photoshop y sin ser del todo santo de mi devoción, es un mito que se ha dignado a tocar a la vuelta de la esquina de mi casa.